Quince

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LOS CAPÍTULOS ESTÁN DESORDENADOS, FÍJENSE EL TÍTULO ANTES DE LEER.

¡Qué raros eran los hombres!

En un segundo todo está bien y al siguiente se va corriendo creyendo que lo iban a botar. Edimina todavía no comprendía la lógica masculina. O la lógica de Brett.

¿Por qué iba a pensar él que ella lo dejaría cuando era todo lo contrario?

Como fuera tenía que encontrarlo antes de que se largara en su motocicleta a quien sabe donde.

Corrió por uno de los pasillos tan rápido como pudo, si seguía por ahí encontraría una puerta lateral por donde salir directo al estacionamiento. Cruzó por delante de la oficina del director y apuró su paso antes de chocar de bruces con alguien.

- Maldita sea- murmuró el extraño enfadado.

- Lo siento mucho, perdón señor, no lo vi... de verdad perdón, perdón fue mi culpa...

- Agh, cállate ya niña estúpida ¡Muévete de mi camino!- Edimina obedeció sin parpadear, pero fue suficiente una mirada a los ojos de ese hombre para saber que tenía que haberlo visto en algún otro lugar. Tendría unos cuarenta y pocos años, no más de cuarenta y cinco eso es seguro.

Pero ella no quería perder el tiempo sintiéndose como una niña regañada por lo grosero que fue ese hombre con ella, tenía un novio que buscar.

Un novio que parecía no estar en el estacionamiento pero sí su motocicleta. Eso era extraño ¿dónde estaba entonces?

Pues tocaba buscar, y así lo hizo. Baños, salones, campo de fútbol, hasta se coló un poquito en los cambiadores masculinos por si acaso estaba por allí aunque no lo creía. Y quince minutos después volvía al estacionamiento para volver a ver su motocicleta estacionada en el mismo sitio pero nada de ver a...

Una tos exagerada y un par de quejidos la llevaron hacia atrás de una camioneta y de solo ver aquello Edimina quiso gritar de miedo. Allí en el piso sobre uno de los jugadores estrella estaba Brett dando rienda suelta a una furia que Edi jamás había visto en él. Sus puños se estampaban en la cara del otro tipo quien ya parecía haber perdido el conocimiento, ambos manchados de sangre, sangre que no pertenecía a Brett.

- Oh Dios mío... - susurró sin lograr apartar sus ojos de la escena, con lágrimas formándose y nublado su vista, estaba asustada, asustada de la sangre, de los golpes, asustada de Brett.

¿Quién era ese Brett? Ese Brett no era el mismo que la besaba, no era el que la llamaba unicornio y decía cosas sucias y cursis en su oído. Quería correr, porque aunque toda esa escena le causó un susto de muerte, lo que le dio miedo en realidad fue él. Esa ira, ese odio en su rostro, en sus ojos de miel.

Ojos que ahora la veían a ella... Y todo había desaparecido... Ya no era ira, ya no era odio... Era dolor. Era miedo.

Y quiso correr de nuevo pero no pudo hacerlo, intentó gritar por ayuda pero no era lo que quería.

- Ven conmigo, Brett. Vamos a casa cariño.

👓👓👓

"Jared estará bien. Nadie sabe quién lo golpeó, me explicarás esto luego Edimina"

Podía decir que Lola estaba bastante preocupada y un poco enfadada tal vez. Pero suspiró aliviada con el mensaje. Jared, el jugador estrella del equipo estaba vivo y por ahora nadie sabía que había sido Brett el causante de su casi muerte. Esperaba tener algo de tiempo antes de que Jared tomara represalias por lo sucedido.

Dejando de lado su teléfono se metió a su baño, donde él estaba lavando sus manos y brazos, el agua yéndose de color rojo por la tubería.

- Perdóname- susurró sin apartar la mirada de sus manos mojadas. Edi apartó la suya del estante donde buscaba antisépticos y algo de agua oxigenada para limpiar el corte en su ceja y las heridas de sus nudillos.

- No es a mi a quien debes pedir perdón.

- El único perdón que necesito es el tuyo. Los demás no importan, unicornio.

Por primera vez después de la pelea él volvió a verla a los ojos. Y ella pudo ver que estaba siendo sincero, debía ser algo malo que lo único que a él le importara fuera ella, y ella quería sentirse culpable por sentirse tan bien al respecto. Amaba el hecho de que Brett solo se arrepintiera para ella. Porque así era, él no sentía remordimiento antes de ella y después de ella lo único por lo que sentía culpa era por haberla asustado.

- Esta vez me dejarás curarte- sentenció tomándolo del brazo y llevándolo hacia su cama.

De pie frente a él y entre sus gruesas piernas, se dedicó a limpiar el corte en su ceja sintiendo sus ojos sobre ella.

- Eres tan pequeña- lo oyó murmurar- incluso estando sentado no puedes sobrepasarme- ella no respondió, solo sonrió sin perder la concentración.

Cuando hubo terminado con su rostro se arrodilló frente a él tomando una de sus grandes manos entre las suyas pequeñas. Limpió con delicadeza, pero aún si lo hubiera hecho sin cuidado él no habría sentido ni un poco de dolor. Porque era ella, y su toque siempre era bueno, placentero, no importaba que tan duro fuera. Él recibiría con gusto cualquier cosa que viniera de ella.

Y esta vez no fue la excepción cuando las caricias de sus manos llegaron a su corazón y un poco más abajo.

Es que Edimina era la criatura más pura e inocente que él hubiera visto nunca. No debería ensuciarla, no debería poner sus asquerosas manos encima de ella pero joder si no lo haría. La ensuciaría tanto que ella no podría volver a un antes de él, ella jamás olvidaría por quién su piel había sido ensuciada.

Porque ella era suya. Y si antes de hoy tenía aluna duda, ya se había esfumado. Viéndola frente a él arrodillada curando sus heridas, no tenía dudas.

Y menos cuando sus ricos ojos marrones subieron por su pecho para encontrarse con los suyos, y pudo ver lo que ella quería.

Edimina ancló sus manos sobre las rodillas de Brett antes de subirlas por sus muslos sin dejar de ver sus ojos de miel. Lo quería, lo quería, lo quería.

Deseaba darle aquello. Su contador de experiencia estaba en cero pero su cuerpo sabía exactamente qué hacer. Complace a tu hombre. Era instintivo, casi cavernícola. El cuerpo de la hembra exigiendo el del macho. Aquello iba más allá del deseo. Era necesidad.

- ¿Crees que puedes con esto Edimina? - ya sabía la respuesta, claro que podía, ella había sido hecha para él.

Edimina no respondió, pero él pudo ver su necesidad. Esa era su chica. Brett sin dejar de verla, sintió el movimiento, ella desprendiendo su pantalón y sus suaves manos metiéndose dentro para envolver con sus dedos la gorda y larga polla.

Sus ojos viajaron hacia abajo con asombro, lamió sus labios rosas al ver la cosa frente a ella, apretó un poco más su mano y la movió ligeramente hacia arriba. Pero volvió a subir sus ojos cuando escuchó un gemido gruñido estrangulado proveniente de Brett. Él se veía agitado, las venas de su cuello remarcadas en la piel a lo que Edimina solo quiso acercarse y lamer.

Antes de tener alguna oportunidad fue alejada de la polla de Brett y lanzada sobre la cama, con él sobre ella y besándola mientras arrancaba sus ropas.

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