Estoy en casa

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La ventana de su habitación era pequeña, sin embargo la luz entraba tenue e insistente por los orificios que la cortina oscura permitía. El día apuntaba a que sería caluroso y ajetreado...
Y así, entre sábanas y almohadas aún dormía Hinata. Su cumpleaños número veinte estaba a pocos días de ser, aunque eso no la llenaba de entusiasmo, ya que con cada año que pasaba, su padre prometía dar una pista del paradero de su madre, pero tan solo pasaba el tiempo y él daba largas al asunto.

Tiempo atrás, cuando Hinata aún no era consiente de su misma existencia, su madre la cargaba en brazos, entre lágrimas la dejaba ir.
Hacer aquello fue un golpe doloroso por el que Hinata tuvo que afrontar, preguntándose siempre porque su madre la había abandonado, dejándola sola y a su suerte con su padre, y aunque el era un hombre cariñoso y comprensivo, el espacio vacío que sentía no era llenado con nada.

Tomó su móvil, y aun envuelta entre sábanas respondía los mensajes que había dejado pendiente la noche anterior. Su círculo de amigos era pequeño, no por inseguridad o falta de empatia, más bien se trataba de selectividad, para Hinata, llamar 'amigo' a alguien no era una simple etiqueta que se colocaba a la ligera, un amigo era una persona que formaba parte de su vida, todos los días. Por eso que Naruto, un joven tres años mayor que ella era sin lugar a dudas su mejor amigo desde que tenía uso de razón. Compartiendo momentos sagrados e inolvidables. Muchas navidades y cumpleaños; risas, lagrimas, triunfos y decepciones. Sin olvidar mencionar las decenas de fracasos amorosos de ambos, y es que sí: ambos apestaban en el amor.

—Me he quedado dormida anoche, lamento no haber estado ahí. —Escribía Hinata a Naruto en mensaje de texto, después que él le dijera que había tenido problemas con su padre.

Naruto trabajaba como gerente del restaurante de su familia. La mejor comida japonesa, nunca faltaban los clientes, tanto así para que en ese mismo año se inahurara su tercer sucursal en Tokio. Pero no todo era color de rosa, como en todo trabajo la presión por hacer las cosas bien eran el pan nuestro de cada día, un simple fallo acarreaba problemas mayúsculos, mucho más para el perfecionista de su padre, Minato, quien esperaba de su único hijo lo mejor que este podría dar.

—Descuida, papá sólo exageró como siempre. —Respondía él minutos después.

—No me mientas, esta vez se ha pasado, no debió abofetearte, no hay justificación.

—Pero bueno... —

—Mi papá se quedará hoy de turno en el hospital, si vienes haré la cena para ambos.

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Hinata trabajaba como profesora practicante de arte en un instituto de secundaria, y por las tardes continuaba con la universidad. El arte para ella no era tan solo un increíble medio de expresión, el arte para Hinata era como el aire para respirar, lo veía en todas partes, en los libros, en la comida, en el amor, en la arquitectura, en las estatuas, en la música, en las películas... y esto tan solo por hacer la lista finita. Su padre era un médico bastante serio de carácter, un hombre que dejó la soledad meses atrás cuando por fin decidió volver a enamorarse de una compañera de su trabajo, superando después de muchos años el abandono de su esposa, quien se marchó un día por misterios aún sin aclarar, dejándolo solo con una niña de apenas cinco años.

Sola en Venecia / NaruHinaWhere stories live. Discover now