Capítulo 37

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Cuando Sebastián dijo de ir a su departamento, se me había olvidado por completo el tema “Escaleras”…hasta ahora.

Subirlas en una jornada normal, puede resultar fatigoso, pero no se te complica tanto como cuando acabas de comerte casi un pote de helado. Creo que luego de esta ejercitación, ya logré distribuirlo bastante bien.

-No puedo creer que te quejes tanto por subir tres miserables escaleras- se burla el rubio desde el final, mientras que a mi aun me faltan unos cinco escalones. Lo que él no entiende es que el pinchazo en mi costado no me resulta cómico en lo más mínimo.

-Mejor cállate y ve a abrir la puerta para que pueda sentarme sin tener que esperar-

Sebastián suelta otra risa antes de empezar a avanzar por el pasillo, mientras yo lo sigo por detrás.

Cuando abre la puerta, deja ver la sala tan organizada como la primera y única vez que había entrado y no dudo ni un segundo en sentarme de forma exagerada sobre el sofá. Ese mismo en el que casi cometo una locura con Nicolás.

-Prepara algo si quieres, la heladera y la lacena están completas. Siéntete como en tu casa-

Eso es lo último que dice el rubio antes de volver a salir, dejándome completamente sola. Empiezo a mirar la habitación, sintiéndome algo incomoda en el silencio del lugar. No me siento con la confianza suficiente como para “Sentirme como en mi casa”, pero me armo de valor para caminar hasta la cocina y empezar a preparar algo. Ya está anocheciendo y quiero compensar con algo mi estadía.

El lugar es grande, aunque no tanto como la cocina de mi casa. El horno, la heladera, una mesa con seis sillas en el centro..., nada fuera de lo común.

Me decido por algo elaborado, pero fácil como son los fideos con salsa. Cuando empiezo a cortar la cebolla, también aparecen las inevitables lágrimas. No importa las veces que la corte, siempre es el mismo resultado. Para cuando termino, los ojos me arden y no me puedo retirar las lagrimas con los dedos, porque eso solo empeoraría las cosas, así que me decido por pestañear rápido para disipar las lagrimas. Coloco todo dentro de la primera olla que encuentro y empiezo con la tarea más difícil para mí: condimentar. Sé cuanto lleva de cada verdura, sé el tamaño en el que se corta la carne, también sé perfectamente cuál es el punto justo de cocción, pero todo va perfecto hasta que llego a la parte de los condimentos. Siempre me queda muy salado, sin sal; muy picante o que no tiene gusto. Soy un desastre en lo que a todos le resulta muy sencillo. Busco en los estantes hasta que encuentro una caja con frascos rotulados que indican el nombre de cada condimento y empiezo a mezclarlo, rogando para que Sebastián no se tenga que terminar tomando una botella de agua para apagar el fuego en su boca.

-Que rico huele- en el preciso momento que estoy por ponerle a mi mayor enemiga, que es la sal, la voz de Matías me sobresalta.

Es increíble que lo haya olvidado, gracias al cielo que la comida parece suficiente para los tres.

-Hola, rizado- lo saludo aun con el frasco de sal en la mano -¿Cómo has estado?- se acerca hasta mi para dejar un beso en mi mejilla, teniendo yo que agacharme y luego se encoje de hombros.

-Lo normal, no es mucho-

Lo comprendo, si Nicolás sigue igual de rígido que hace dos meses atrás, dudo que lo deje salir muy a menudo.

-¡Wow!, pero…-

Cuando escucho la voz del castaño ojos grises, automáticamente lo interrumpo.

-Te juro que si llegas a soltar algún comentario acerca de cómo estoy vestida, te arrojo con el cucharon por la cabeza, Nicolás, ya estás advertido- amenazo aun sin mirarlo.

Tu pasado, mi tormento|✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora