Capítulo 2: Un dios.

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Capítulo 2: Un dios.

- ¡Tú me abandonaste! – grito Leo furioso – a mí y a la abuela, ¿tienes idea de lo que eso le hizo?, la destrozo – gruño con ira sus manos se aferraron aún más al cuero del látigo en estas– todo el tiempo preguntaba por ti, te llamaba incluso en sus últimos días, perdimos la panadería de lo mal que se puso, de las deudas acumuladas – apretó los dientes ante cada palabra.

- Yo no quise causar eso – se disculpó humildemente Nando, estaba asustado si el joven lucia realmente mal mirando por un lado al que había sido su hermano y al otro sujeto a un lado, la muerte quien parecía no tener ningún deseo de llevárselo.

- ¿No quisiste? – dijo con sarcasmo- yo no tuve opción, no podía dejarla morir y ahora mírame – pidió pero el joven aún se negaba a verle a los ojos - ¡que me mires cabrón! – grito haciendo tronar su látigo en el aire retumbando la tierra con estruendo - tú me convertiste en esto, cuando huiste porque mi habilidad regreso, cuando creíste que serias arrastrado nuevamente a lo sobrenatural ¿pues qué crees Nando? Al que se lo va a cargar el chahuistle es a otro – y su látigo se enrosco alrededor del joven quien miro horrorizado el deforme rostro de su hermano, quien vio al demonio mismo sonreírle con vicio.

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Leo suspiro apretó el camafeo en sus manos, la baratija que no entendía como conservaba aun, por mucho tiempo pensó en lanzarla lejos en quemarla hasta derretirla pero por alguna razón nunca podía, si estaba un poco chamuscado, viejo y a punto de caerse en pedazos pero aun lo mantenía, no lo había abierto, no desde que acepto aquella condena, la fotografía adentro bien podría haberse borrado o estar derretida y sin embargo aún podía recordar el rostro de su madre y lo odiaba.

Por qué le recordaba que era humano.

Que una parte de su corazón aún seguía vivo.

Que era débil.

- Patroncito – Rosendo entro tocando suavemente la puerta de su estudio, aquella donde las botellas eran guardadas y conservadas, donde Leo solía pasar sus ratos libres meditando mientras miraba sentado por el gran ventanal, no tenía un trono, no había lujos, todo los lujoso estaba en la hacienda pero en esa habitación no había más que botellas en un lado, aquellas más importantes, las de personas más puras y almas buenas y libros, estantes llenos de libros sobre leyendas, sobre mitos que alguna vez le interesaron en su vida como humano, algunos regalos de la mismísima muerte – patrón – insistió el hombre entrando – Leo apretó el camafeo en sus manos, el metal se volvió rojizo entre estas pues no llevaba guantes, el olor a humo lleno la habitación y pronto la silla en la que estaba descansando se movió solo un poco en advertencia, Rosendo apretó más el sombrero en sus manos y trago duro pues su patrón no estaba de humor.

- ¿Qué chingados quieres? – gruño furioso – espero que media hacienda este en llamas para ser molestado – Rosendo nervioso se debatió entre no hablar pero finalmente lo hizo.

- Disculpe usted patrón pero – trago saliva – pero no encontramos a la princesa, la señorita Teodora está buscándola pero no la encontramos.

- ¿QUE? – la silla frente a la ventana se convirtió en cenizas entonces, y la figura fantasmal llena de fuego viajo hasta tomar al hombre del cuello sacudiéndole furioso – han perdido a mi princesa – gruño y el hombre solo asintió sabiendo bien que tendría un buen castigo.

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- Mi señor no puede entrar ahí - dijo el pobre sirviente tratando de negarle la entrada al palacio de oro y plata, las paredes exquisitamente adornada con dragones y serpientes eran decoradas con perlas preciosas y joyas magnificas, muy diferente a su castillo de plata, pero el ex dios luna furioso solo siguió su camino.

El lado oscuro del amor.Onde histórias criam vida. Descubra agora