Capítulo 1

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   Mamá y papá siempre me advirtieron de que la calle era peligrosa, sobre todo para una chica bonita y tan débil como yo. Ambos me protegían siempre y me mimaban con todo su cariño, pero jamás me contaron porqué el mundo fuera de las paredes de mi casa era tan peligroso. Recuerdo aún como, cuando tenía siete años, me acerqué a un niño de cabello largo, negro como el cielo de una noche cerrada y con reflejos azules en el flequillo que caía sobre su frente terminando en punta.

El niño vestía con unos vaqueros azul marino remangados en la rodilla, unas deportivas de velcro desgatadas grises, una camiseta negra con la manga izquierda rasgada y un collar azul decorado de pinchos plateados que caía sobre su pecho. Él jugaba solo, sentado con las piernas flexionadas en un rincón del parque mirando con suma atención como los granos de arena se escapaban entre sus minúsculos dedos de piel bronceada.

Yo, en aquel momento, reía balanceándome en un columpio con ayuda de mi padre, un hombre fornido y de tez pálida, con el pelo cobrizo y unas gafas antiguas redondas sobre sus ojos castaños. Una sonrisa amplia creaba unos adorables hoyuelos en los extremos de sus labios. Aquel día tan soleado de primavera, mi padre vestía con su típica camisa de rayas azul, unos pantalones marrones y unas zapatillas blancas que, con el paso de los años, se habían vuelto amarillentas y la marca gris de Nike estaba descosida y un poco doblada.

Mi yo de siete años no podía apartar su mirada del niño absorto en sus pensamientos que se resguardaba a la sombra de un árbol. Pregunté a mi padre por el chico y él dirigió su mirada hacia la esquina donde se encontraba el muchacho. En su mirada parecía haber un atisbo de odio hacia el niño de cabellos azabache y la sonrisa se borró de su rostro.

-Tal vez es un niño especial, le cuesta estar con otras personas y prefiere estar solo.-explicó mi padre, recobrando su sonrisa.

-¿No tiene amigos?

-Espero que no...-masculló. Su mirada era rabiosa, no le daba buena espina ese chico. Yo sonreí dulcemente y di un salto hacia delante, bajando del columpio. Me giré hacia mi padre y, aún con una sonrisa, pregunté:

-¿Puedo ser su amiga?

Mi padre me miro sorprendido y luego su rostro volvió a tensarse en un gesto de odio, clavando sus ojos en el niño.

-No me gusta la idea...-susurró entre dientes. Yo me crucé de brazos e hinché los mofletes como una niña más pequeña de lo que era y le dije a mi padre que iba a hablar con el niño, me dijera lo que me dijera.

Así que, avancé con paso firme hacia el chico pelinegro de mi edad que se encontraba solo en ese parque repleto de niños de todas las edades.

-¡Lusy!- me llamó papá, aunque no le hice caso. Solo me giré hacia él dando un saltito y le saludé con una sonrisa.

Pero no cambié en ningún momento mi ruta. Seguí caminando hacia él, hundiendo un poco mis zapatillas rosas de velcro en la arena fina del parque. Me quedé tras el chico y le saludé, pero no hizo caso. Le rodeé y me agaché frente a él. Sus ojos seguían clavados en la arena que se escapaba entre sus dedos. Esos ojos...eran dos orbes celestes brillantes, refulgiendo atentos en los granos de arena. Eran unos ojos tan vivos, parecía que por su iris corrían corrientes eléctricas que hacía brillar esos ojos tan bonitos que no se apartaban de la arena que, por alguna misteriosa razón, le parecía sumamente interesante, lo suficiente como para mirarla escurrirse de sus manos una y otra vez.

Ladeé mi cabeza hacia la derecha y volví a saludar al chico con un simple "hola", pero volvió a hacerse el sordo. Al ver que no me prestaba atención, toqué su hombro y el chico pareció despertar por fin de su trance, dando un saltito en el sitio y haciendo caer toda la arena de sus manos sobre sus pantalones. Miró a todos lados confuso y entonces, sus ojos celeste se clavaron en mí y me inspeccionaron de arriaba abajo. Sus pupilas se dilataron al verme y se inclinó hacia adelante para observarme mejor.

Cuento de un cazadorOnde as histórias ganham vida. Descobre agora