Ella, Wonderfull.

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—¡Has vuelto! —celebro abrazándote—, estaba muy ansiosa, creí que me dejarías esperando, ¿cómo estás?

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—¡Has vuelto! —celebro abrazándote—, estaba muy ansiosa, creí que me dejarías esperando, ¿cómo estás?

El venado negro ha vuelto a colarse en mi sillón. Ugh, no me gustan los animales en la casa.

Ignoro al cervatillo dormirdo. Agarro la mochila color lila, que está sobre la mesa negra, la cual tiene un florero en el centro con un ramo de Nomeolvides.

»Ya veo. —respondo a tu comentario, guardando mis cosas en el bolso— La escritora ama estas flores, a pesar de que son muy sencillas. Por cierto, la última vez no pude decirte mi nombre, soy Believe, un gusto.

Cierro la mochila y la cuelgo en mis hombros, agarro una galleta del tarrón que como mientras apago la televisión flotante con mis llaves.

»¿Qué haces ahí? ¡ven! —motivo abriendo la puerta—. La escritora quiere que te lleve a conocer Life, llamé a Wonderfull, una amiga, para que nos acompañara. Es un poco habladora, pero te agradará.

Salgo bajando las escaleras de piano, que la escritora se encaprichó en colocar, suena cada tecla conforme mi descenso entonando así una armoniosa melodía. Una vez afuera de mi edificio pintado con acuarelas, encuentro a una tortuga de caracol.

»Qué ¿cómo es la tortuga?, —repito interrumpiendo mi encuentro con el animal— ¿cómo te la imaginas tú?, pues así es.

Me detengo frente a la tortuga de caracol, que era de la altura de mi rodilla, para extenderle un peón negro en forma de pago.

—¿Un peón negro?, —reprocha la vieja tortuga— no, mis servicios son los mejores de esta parte de Life, mi precio es un caballo negro.

—¿Un caballo negro? ¿Estás bromeando? —me río, porque es obvio que esta descarada tortuga está contándome un mal chiste—, no puedes cobrarme tanto, solo quiero que me lleves hasta el pie de la pendiente.

—¡Y ustedes son dos! —se escandalizó, negándose a ceder—. Si no quieres, puedes empezar a caminar.

Miro al cielo con el ceño fruncido, furiosa por la desfachatez de la criatura.

—Tú eres la escritora, ¡Usa tu computadora para hacerlo cambiar de parecer! —exijo extendiendo mis manos en forma de reprimenda, cuando algo golpea mi frente, cayendo a mi lado, justo en poder de la tortuga.

Bajo la cabeza sobando mi punto afectado, en seguida veo el objeto que me golpeó.

No puede ser.

—¡Oh, muchas gracias!, escritora —agradece el anciano con una sorpresiva educación.

Usurero hipócrita.

—¡¿Un alfil blanco?! —grito viéndote incrédula—, ¡Ella le dió un alfil blanco! ¿Puedes creerlo?

Ajusto las correas de mi bolso, molesta por semejante injusticia, quería que la escritora hiciera algo, sí, ¡pero reprenderlo!, no premiarlo. Subo a la tortuga refunfuñando.

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