Parte IV: En Vigilias de la Noche (1)

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Capítulo 19: La Expedición a las Alcantarillas

Royal Woods, Michigan, Junio de 2019.

En principio, en una época más antigua que el tiempo, en el macroverso existían soló dos cosas. Una era la tortuga. La tortuga era una cosa vieja y estúpida que nunca salía de su caparazón. Eso pensaba que quizá había muerto, desde hacía más o menos un billón de años o dos, y aunque así no fuere, seguía siendo una cosa vieja y estúpida; aunque la tortuga hubiera vomitado el universo entero, eso no quitaba que fuera estúpida.

La otra cosa existente en el macroverso era Eso, que había llegado a este mundo mucho después de que la tortuga se retirara a su caparazón. Allí, a la tierra, donde había descubierto una profundidad de imaginación a tener en cuenta. Esa cualidad de imaginación que hacía de la comida algo muy excitante. Sus dientes desgarraban carnes tensadas por terrores exóticos y voluptuosos miedos; soñaban con bestias nocturnas y cieno móvil; contra su voluntad, consideraban abismos infinitos. Con esa sabrosa comida, Eso, existía en un simple ciclo de despertar para comer y dormir para soñar.

Eso había creado un sitio a su imagen y semejanza, y lo contemplaba con favor desde los fuegos fatuos que eran sus ojos. Royal Woods era su matadero particular; los habitantes del pueblo, su ganado.

Pero entonces... Esas niñas entrometidas; las locas hermanas de aquel chico de cabello blanco, que Eso había tomado como su primer desayuno en este nuevo ciclo para comer hasta saciarse. Y también estaba el negro cobarde de anteojos.

Algo nuevo...

Por primera vez en la maldita eternidad, había sucedido algo nuevo...

Al irrumpir en la vieja casa del sepulturero con intención de matarlos a todos, vagamente intranquilo por no haber podido hacerlo hasta entonces, había ocurrido algo completamente inesperado, completamente inconcebible. Eso había sentido dolor, un gran dolor aullante en todas las formas que tomaba. Y por un momento, también, había sentido miedo; porque justamente eso es lo único que tenía en común con la vieja tortuga estúpida y la cosmología del macrouniverso: cada cosa debe regirse por las leyes de la forma que habita. Por primera vez, comprendió que su capacidad de variar su forma podía ser una desventaja, y a su vez una ventaja. Hasta entonces nunca había sentido dolor ni miedo, y por un momento temió morir... Su cuerpo se había llenado de mucho dolor. Eso había rugido, gemido y aullado, y los niños escapado de sus garras.

Ahora venían tras ella. Habían entrado a sus dominios bajo la ciudad, los nueve. En total nueve niños tontos que avanzaban a tientas por los túneles; el negro cobarde y ocho de las diez hermanas del peliblanco. Ocho solamente, porque por suerte Eso tenía a la peor de las diez de su lado, y para la más pequeña ya había preparado algo muy especial, oh sí.

En cuanto el resto llegaran, las mataría, sin duda. A ellas y al negro. Eso había echo un gran descubrimiento: no quería cambios ni sorpresas. No quería nada nuevo, nunca más. Sólo quería comer, dormir, soñar y volver a comer.

Mas, después del dolor y ese miedo breve, surgió una emoción nueva para Eso: la cólera.

Mataría a cada una de las hermanas y a su amigo porque, por una casualidad asombrosa, habían conseguido herirla más de una vez. Pero primero haría sufrir a todos porque por un instante breve le habían hecho sentir miedo.

Venid a mí, entonces –pensaba Eso escuchando sus pasos–, venid a mí y veréis como flotamos aquí abajo... Todos flotamos...≫.

Y sin embargo había otro pensamiento que se insinuaba, por más que Eso trataba de alejarlo de sí: si todo fluía de Eso, ¿cómo era posible que alguna criatura de este mundo o cualquier otro la burlara o la hiriera, aunque fuera mínima y brevemente? ¿Cómo era posible semejante cosa?

Eso es Loud HouseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora