16. I won't hurt you

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Se los voy a resumir más rápido porque odio los melodramas y los giros inesperados.

Al parecer el ausente de mi padre apareció de repente y el chico delante de mi, es un alumno de él quién al parecer al mencionarle que estudiaba junto a mi en la preparatoria lo ha tomado como el pobre iluso que me convencerá de que vaya a visitarlo.

Repito: Pobre iluso.

Así que tomando mi maleta de deporte sobre mi hombro, di media vuelta a la cancha y comencé a caminar dejándolo con el habla en la boca.

Adiós a los buenos modales.

–¡Hey!– lo escuché llamarme desde el otro lado de la cancha.– ¡Espera! ¡Laura!

Me aparte el cabello que tenía suelto de la coleta, y apresuré el paso para perderlo de vista. Leo comenzó a caminar incluso más rápido, tratando de seguirme el ritmo.

–¡Espera!– lo escuché llamarme una vez más.– ¡Espera un momento, porfa!

Cansada de tantos grito, lo hice. Me detuve pero no precisamente porque me hubiera convencido o algo parecido, sino más bien porque al final del estacionamiento observó un automóvil justo frente a mi y dentro de él, un rostro familiar me deja los pies estancados en la acera.

– ¡Dios!– Farfulló sin aliento Leo Cortázar cuando llegó a mi lado.—¡Vaya qué corres rápido!

Pero no le preste atención, mis ojos no dejaba de ver al hombre dentro del vehículo. La puerta, se abrió de repente dejando ver al conductor.

Horrorizada, di un paso atrás. Haciendo que mi espalda chocará con el pecho de Leo y es ahí donde se dio cuenta, de que no estamos solos.

– Mierda– lo escuché maldecir por lo bajo.

Reaccionando sacudí los hombros para liberarme de su agarre y brusca como siempre soy, me di media vuelta, tratando de escapar de nuevo, pero fui muy lenta, por que el hombre delante mío tomó mi mano, deteniéndome.

– Laura– es una tragedia, un escupitajo desde el cielo.

Mi padre volvió a llamarme y yo, con los ojos enterrados en el asfaltos sentí como el aire de repente se evaporó y los ojos se me encharcaron y los fragmentos que son hoy por día mi corazón, se rompieron mucho más, aunque eso parezca imposible. – Laura...

No voy a llorar— Pienso. No delante de un idiota cómo Leo Cortázar y no delante de un fantasma cómo lo es mi padre.

Mi padre es un hombre de uno ochenta, vestido  casi siempre de manera informal pero siempre erguido lo que provoca que muchos se sientan intimidados. Yo solía intimidarme bajo su sombra pero no soy ninguna niña y mi madre no me ha enseñado confianza para que ahora me desmorone así que levantó el mentón y observó su rostro.

No habían cambiado mucho, el cabello castaño corto, la barba bien cortada y los lentes sobre su nariz. Quizá había envejecido pero a penas si se le notaban las pequeñas arrugas en sus ojos.

– Laura– repitió por tercera vez– Mírate, cuánto has crecido...

– No quiero hablar contigo.– le corté el rollo de padre agobiado.–, así que hazme el favor de dejar de mandar a niñitos que vienen a mi escuela para verme y de llamar a la casa y por favor, deja de interrumpir mi vida con estas apariciones espontáneas. Hazte ahora, a un lado...

Los ojos de mi padre se oscurecieron un poco, parecía dolido por mis palabras. Qué bueno, a mi tampoco me hacía gracia su visita.

Sin esperar un minuto más, di media vuelta. Dejándolo atrás.

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