Estática. Carmen no ha dicho nada, pero he podido sentir cierto arrepentimiento.

«Perdona. No era mi intención culparte de nada», he pensado con sinceridad. A veces soy un bocazas.

«Hemos» llegado a la estación de Sants a los once minutos exactos. He salido disparado del tren y he subido las escaleras mecánicas de tres en tres, sorteando a la gente. No había un segundo que perder.

Al llegar arriba he seguido las indicaciones de Carmen. Alguien había dejado dos minutos antes una mochila frente a un quiosco, detrás de un expositor de postales, y todavía nadie se había percatado de ello. Ha sido un juego de niños cogerla y colocármela a la espalda.

He oído –o leído– varias veces el comentario de que la muerte pesa, y en ese momento esas palabras eran abrumadoramente ciertas; la mochila pesaba un cojón.

«¿Cuánto nos queda?», he preguntado mientras bajaba los escalones hacia el metro. Ya no corría tanto, por miedo a que la mochila estallara con el movimiento o a darle algún golpe.

«Diez minutos justos. ¿Se puede saber qué harás con las mochilas?»

«Sigue guiándome. ¡No hay tiempo ahora para explicártelo!»

La segunda mochila estaba abandonada en el andén de la línea azul en dirección a Cornellà Centre. Un par de chavales estaban a su lado, mirándola indecisos, supongo que decidiendo si la abrían o no. Me he adelantado a ellos y la he cogido sin detenerme. Se me han quedado mirando, sorprendidos, hasta que he desaparecido por el mismo pasillo por el que había llegado.

«Seis minutos, Daniel.»

La voz de Carmen, aunque sin entonación, sonaba nerviosa.

«Confía en mí», he pensado, intentando tranquilizarnos a los dos. Creo que no ha sonado muy convincente. No sé nada sobre bombas, y tampoco sabía, mientras subía las escaleras de vuelta a la estación, si lo que se me había ocurrido sería factible. Todavía no conozco los límites de mi poder, a pesar de mi adiestramiento. Podía ser que lo que tenía pensado no funcionara y acabara todo en una catástrofe como la del fatídico 11-M.

«Cuatro minutos.»

He llegado arriba y tras un momento de duda he decidido correr hacia la parte de atrás, hasta el aparcamiento que hay fuera del recinto de la estación. He supuesto que si las cosas salían mal sería el lugar donde habría menos gente.

He cruzado las puertas automáticas como una exhalación y una vez fuera me he plantado entre los coches aparcados. Me he dado la vuelta y alzando la vista he observado el edificio, que lleva varios meses en obras. Llevaba una mochila colgando de

cada brazo.

«Dos minutos y cuarenta segundos. Se nos acaba el tiempo, Daniel.»

En lo alto del edificio, en el tejado, la parte a mi derecha parecía vacía, pero en el extremo izquierdo había algunos obreros trabajando. Eso podían significar complicaciones para mi plan de acción; la idea de sacrificar a unos pocos para salvar a muchos no entraba dentro de mis planes. Pero no había tiempo para otra cosa.

«Dos minutos veinticinco segundos...»

«Carmen, lee mi mente, rápido.»

Ha captado mi idea al instante; era más rápido que buscara y seleccionara ella misma de entre todo aquel remolino de miedos e inquietudes que esperar a que yo ordenara y transmitiera de un modo coherente lo que necesitaba de ella.

«Puedo intentarlo, aunque no estoy acostumbrada a hablarle a más de una persona a la vez.»

Un minuto después, al mismo tiempo que yo lanzaba con todas mis fuerzas las mochilas al aire, hacia lo alto del edificio, he podido sentir el grito psíquico de Carmen, perforándome el cerebro.

He visto a los trabajadores de la obra tumbarse de inmediato en el suelo y también a la poca gente que había en el aparcamiento. Incluso he podido ver, a través de los cristales del edificio, cómo la mayoría de los usuarios del interior se dejaban caer y se parapetaban detrás o debajo de cualquier cobertura que tuvieran cerca.

Carmen había cumplido con creces con su parte, solo quedaba por ver si mi plan daba resultado.

Parapetado tras un 4×4 he visto caer las mochilas sobre el tejado de la estación. Esperaba que el techo fuera lo suficientemente grueso y resistente, porque si no todo mi plan se iría al carajo. Carmen, después del grito, se ha desconectado. Supongo que debido al sobreesfuerzo.

Los últimos segundos se me han hecho eternos. Aún había gente que se arrastraba por el suelo buscando cobertura. Algunos gritaban, otros lloraban.

Y entonces las mochilas han estallado con violencia, causando un gran estruendo y lanzando trozos de metal por los aires. Por fortuna, las bombas no parecían tener mucha potencia, y aparte del temblor que ha recorrido todo el edificio y la zona circundante pocos han sido los destrozos que al parecer han causado.

Cuando todo ha pasado y la gente ha empezado a salir del edificio, cruzando una nube de polvo, he decidido que era el momento de largarse y que lo más prudente sería alejarse del lugar dando un rodeo, no fuera a ser que alguien me hubiera visto correr con

las mochilas a la espalda por toda la estación y me reconociera y me buscara problemas.

Para cuando el sonido de las sirenas ha llegado a mis oídos, yo ya estaba lejos.

En cuanto reaparezca Carmen iremos tras esos hijos de puta de Al Qaeda; seguro que puede encontrarlos.

Hoy me ha pasado algo muy bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora