Capítulo 40

10.3K 36 0
                                    

Domingo 15 de abril de 2007, 23:53 - Rostro borroso

Lo he hecho. Lo he parado y me siento como Dios.

Eran casi las once de la noche de ayer cuando escuché un grito ahogado, procedente del cruce a oscuras que tenía a unos veinte metros frente a mí, seguido de lo que parecían un par de golpes y el sonido de algo pesado siendo arrastrado por el asfalto. Avancé hasta el cruce y me asomé para mirar a ambos lados. Y allí estaba, a una distancia de tres coches a mi derecha, intentando ocultar sus actos bajo la sombra de un enorme eucaliptus que crecía entre la acera y la calzada. Siempre recordaré aquel olor que impregnaba el aire y no podré evitar relacionarlo con los minutos que siguieron. El agresor tenía inmovilizada a una mujer de mediana edad, que se revolvía en el suelo, cubriéndole la boca con una mano enguantada.

Me vio y se quedó totalmente quieto, mirándome fijamente desde las sombras mientras yo avanzaba hacia él. Por la facilidad con que sujetaba a su víctima, el tío debía ser bastante fuerte. Más me valía no subestimarle.

A medida que me fui acercando intenté verle la cara pero, ciertamente, sus facciones aparecían emborronadas, tal como habían descrito sus anteriores víctimas.

–Suéltala –dije, acercándome. Ya sólo nos separaban unos metros y él seguía sin moverse, observándome. Incluso parecía que ni siquiera respirara. Era bastante inquietante, la verdad.

Al llegar junto al coche aparcado bajo el árbol, a escasos tres metros de ellos, hizo un movimiento muy rápido con el brazo con que sujetaba a la mujer y luego la soltó. Ella cayó inconsciente sobre la acera, como un saco de patatas, y en ese momento me asusté. Creí que la había matado.

El asaltante retrocedió unos pasos lentamente sin dejar de mirarme y le seguí sin tenerlas todas conmigo. No sabía dónde me estaba metiendo, y empecé a preguntarme si realmente estaba preparado para ello.

Pasé junto a la mujer y vi que aún respiraba. Suspiré aliviado y volví a centrar mi atención en mi «amigo», que ya había salido de las sombras. Vestía ropa de calle muy común, y lo único extraño era aquel rostro indefinido y el modo en que retrocedía, como si cada movimiento estuviera calculado y tuviera un propósito.

Llegó hasta el centro de la calle y se detuvo bajo la luz de una farola. Parecía estar esperándome. Ahora o nunca, pensé, y me lancé sobre él con la intención de pillarle por sorpresa. Pero él fue más rápido y con el codo me golpeó en el cuello, en la nuez de Adán, haciéndome retroceder al tiempo que del bolsillo de su chaqueta sacaba una navaja con una rapidez inusitada. Intenté apartarme, pero, aturdido como estaba, sólo logré que no me ensartara de lleno. Sentí el frío mordisco del acero en un costado y retrocedí de un salto. Nos quedamos mirando el uno al otro, midiéndonos, y en la hoja de su navaja pude ver cómo resbalaba mi sangre.

No recuerdo muy bien qué sucedió a partir de ese momento, pero sí sé lo que sentí: un odio brutal hacia aquel individuo. Quería acabar con él, destrozarlo, hacerlo desaparecer; convertirlo en nada. Dejé que la rabia me cegara.

Cuando recuperé el control, el maníaco estaba en el suelo en posición fetal, tembloroso y respirando con dificultad. El brazo con el que me había atacado con la navaja estaba doblado en un ángulo imposible, y en el suelo junto a él había una mancha de sangre. El arma estaba un par de metros más allá, tirada sobre el asfalto y con la hoja partida.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero no podía ser mucho; la mujer seguía inconsciente.

Arrastré al criminal bajo el eucaliptus y me cercioré de que no tenía ninguna herida grave. Luego me centré en su rostro y descubrí qué era lo que lo hacía parecer borroso: una estúpida media de color carne, recortada de forma que sólo le cubriera la cara.

En ese momento caí en la cuenta de que, a causa de los nervios, no me había puesto el pasamontañas antes de entrar en acción. Menuda chapuza. Por suerte, la mujer no podía haberme visto bien y en cuanto al lunático... Poco importaba lo que tuviera que decir cuando lo encontrara la policía. Lo até a conciencia con cinta americana y le dejé puesta la media después de comprobar que era un tipo con un rostro de lo más común, al que no recordaba haber visto nunca.

Entonces sí, me puse el pasamontañas y me acerqué a la mujer. La senté en la acera, apoyando su espalda en el tronco del árbol, permanecí junto a ella hasta que empezó a reanimarse y entonces me fui, no sin antes decirle que el tipo que había atado era el criminal buscado por la policía. Esperaba que me hubiera entendido.

De todas formas, en cuanto llegué a la primera cabina, de camino a casa, llamé a la policía y les dije dónde podían encontrar al asaltante y a una de sus víctimas. Colgué en el mismo instante en que quisieron saber algo sobre mí y seguí mi camino.

Después de lo sucedido sólo me queda decir que he dormido como un niño, de un tirón y durante más de diez horas seguidas por primera vez en meses.

http://hoymehapasadoalgomuybestia.com/

arawna@hotmail.es - http://soyunsuperheroe.blogspot.com/

Página de la novela en Facebook: https://www.facebook.com/hoymehapasadoalgomuybestia (se agradecerán todos los "Me gusta" que podáis aportar :))

Hoy me ha pasado algo muy bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora