Danza

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“Un, dos, tres, cuatro.

Un, dos, tres, cuatro.”

Miguel contaba para sí mientras mantenía sus manos detrás de su espalda con la intención de llevar los tiempos del zapateado. Recordaba perfectamente a Papá Héctor dando vueltas a su alrededor marcando el ritmo de Poco Loco con sus pies.

Una sonrisa dejó ver su hoyuelo con aquella preciada memoria.

Habían transcurrido un par de años desde aquella aventura en la Tierra de los Muertos y se había ganado una reputación bastante favorecedora en la Plaza del Mariachi. Cantar era su vida, pero los zapatos eran parte de él también. Así que dedicaba un par de horas a la semana aprender a fabricar las famosas Botas Rivera, con las que practicaba en ese momento mientras esperaba a su prima.

Dio una vuelta sobre sí mientras balanceaba uno de sus pies, recordando con sumo cariño las historias de cómo Mamá Coco había conocido a Papá Julio bailando en la plaza. ¡Cómo le hubiera gustado verlos bailar!

Fue agradable descubrir que su familia le había heredado semejantes habilidades. No sólo tenía venas musicales, si no también ligereza en los pies. Aunque debía practicar muchísimo para poder llevarle el paso a su prima que, sin lugar a dudas, era una bailarina muy talentosa

—¡Miguel!

Levantó la vista y vio a su prima Rosa cargando su maleta, lista para que ambos se fueran a la Casa de la Cultura de Santa Cecilia, donde él pasaba la mayoría de sus tardes tocando la guitarra y últimamente también se entretenía con el grupo de danza folclórica aprendiendo a bailar para estar más que listo en la fiesta de quince años de su prima.

—Abuelita te matará si te ve zapateando con esas botas en lugar de usar los zapatos de danza que te hizo —le dijo ella mientras él tomaba su maleta del suelo para colgársela al hombro.

Ambos salieron de la hacienda caminando bajo el sol de la tarde y con los estómagos llenos, aún con el arrepentimiento de haberle aceptado otro plato de enmoladas a Mamá Elena. Afortunadamente quemaban muchas calorías bailando y caminando para todo, de lo contrario seguro rodarían por el camino empedrado si seguían aceptándole comida extra a su abuela.

Optaron por hacer una carrera hasta el aula de danza cuando estaban a dos cuadras del recinto, pero sus estómagos los terminaron traicionando con punzadas cuando apenas llevaban una cuadra y media de recorrido.

—Pésima idea Miguel —se burló su prima con las manos en el estómago y él no pudo evitar darle la razón mientras se incorporaba despacio para recuperar el aliento e ingresar al lugar.

La recepcionista saludó alegremente a Rosa y le guiñó un ojo a Miguel, provocándole un sonrojo que intentó disimular poniendo la espalda recta y caminando como robot.

Llegaron al aula y ahí se encontraron a sus compañeros haciendo estiramientos y ejercicios de calentamiento. Rosa fue hacia los casilleros a cambiarse sus zapatos mientras Miguel optó por cambiárselos ahí mientas saludaba a sus amigos.

Más tarde llegó su profesora, su clase comenzó y así también sus divagaciones. No es que no le gustara bailar, y por eso su cerebro dejara de poner atención a todo lo que hacía para concentrarse en recordar sus vivencias en la Tierra de los Muertos. Los colores cambiantes de los alebrijes, el brillo del puente de pétalos de cempasúchil, la música llenando cada rincón. Sin duda eran esos preciosos recuerdos que siempre quería mantener frescos en su mente.

Un coro de risas lo trajo de vuelta a este mundo, y fue cuando notó que el coro de zapatos sólo estaba conformado por el ruido de sus propios pies. Se detuvo claramente avergonzado y buscó la mirada desaprobadora de su prima que sólo se frotaba la frente con la yema de sus dedos.

Un Poco LocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora