Bolero

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Este fic se ubica algunos años antes de la película.

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No es que a Miguel no le gustaran los zapatos, ¡sí le gustaban! Es sólo que él no era un fan, no los amaba como el resto de su familia, no los amaba como su padre, su tío, o su abuela.

Lo que Miguel en verdad amaba era la música. Cuando era pequeño nunca nadie le cantó una canción de cuna. Ni siquiera sabía si alguno de sus familiares tendría la capacidad vocal para cantar algo sencillo. Le gustaba pensar que así era, porque el papá de Mamá Coco fue un músico y Mamá Imelda cantaba con él. Al menos eso es lo que decía la historia que Mamá Elena se empeñaba en contarle cada vez que quería hacerlo entrar en razón.

Por que la música era mala, una maldición para la familia. Y la familia siempre es primero.

Si la familia era primero, ¿Por qué razón no lo dejaban hacer algo que amaba?

Dejó caer su cabeza con pesadez sobre la mesita en la que mantenía un juego de lotería con Mamá Coco. Ella apenas se movió para poner su mano sobre su cabeza.

La tibia mano de su bisabuela era tan reconfortante que Miguel no quería moverse de ahí, a pesar de que la cabeza le dolía al clavarse algunos frijoles de su plantilla en la frente.

Miguel estaba por entrar a la primaria ese año, y temía porque su familia se las arreglase para meterlo a un grupo especial donde nunca se enseñara con canciones, como le habían hecho en el jardín de niños.

¿Su familia era capaz de llegar a tanto con tal de evitar la música? Sí. Incluso ya habían visto la posibilidad de inscribirlo en un curso con compañeros sordomudos. No era del todo malo considerando que podría aprender el lenguaje de señas. Pero estar destinado a nunca escuchar música era algo que agobiaba a cualquiera.

Removió un poco su cabeza y Mamá Coco levantó su mano para darle la oportunidad de moverse.

—Ten fé m'hijo.

La voz rasposa de Mamá Coco fue un rayo de sol y él se irguió con energías renovadas. Si su familia era lo suficientemente terca y obstinada con eliminar la música de su vida, él sería aún más persistente en tenerla cerca para siempre.

La solución a todos sus problemas llegó con las vacaciones de verano del siguiente año. Miguel ya sabía sumar y restar, lo que su familia consideró conocimiento suficiente para enviarlo a bolear zapatos sobre la banqueta fuera de la hacienda familiar.

Al cabo de un par de años Miguel tenía la autonomía, así como el permiso de sus familiares para buscar en dónde ir a bolear zapatos.

Primero fueron la calles aledañas, cerca de un negocio en donde se pudiera escuchar algo de música, hasta que él solo se aventuró hacia la plaza central de Santa Cecilia, la Plaza del Mariachi, donde todo era música y felicidad.

Mariachis, cantantes, bailarinas, fiesta, música y color. Mientras su familia no lo encontrara ahí, no había nada de qué preocuparse.

Amaba a su familia, pero nunca podrían quitarle la música. Era parte de él.

Un Poco LocoWhere stories live. Discover now