Promesa

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En tumblr, thatrebelunicorn me pidió algo de angst, este es el resultado.

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Ernesto, ese nombre ya le causaba migraña cada que Héctor lo menciona. Ernesto esto, Ernesto lo otro, Ernesto dice…

Ella entendía que su marido y Ernesto eran amigos desde que eran un par de chiquillos desastrosos que pasaban la tarde improvisando con sus guitarras en el tejado, pero eso y que Ernesto se metiera tanto en los asuntos familiares cuando no lo llamaban, eran cosas completamente diferentes.

Pero la gota que derramó el vaso de su paciencia fue aquella noche en que Héctor invitó a cenar a su amigo de toda la vida y éste invitado malagradecido hizo bastante para ganarse el eterno desprecio de Imelda insinuando en que debían salir de gira y probar suerte en el mundo de la música lejos del pequeño y pacífico pueblo de Santa Cecilia.

Ella y Héctor llevaban poco más de un año de casados y ella además traía encima siete meses de embarazo. Era obvio que Ernesto lo decía porque sería imposible para una madre con un recién nacido seguirle el paso a ellos dos, sobre todo por las incomodidades y peligros que había en un viaje alrededor de todo el país, como ese descarado había sugerido.

Afortunadamente su marido le dio su lugar como era debido, diciéndole, mejor dicho, casi gritándole a Ernesto que era imposible que él dejara a su esposa en esas condiciones, y que mucho menos pensaba estar lejos de su adorada bebé, porque Héctor insistía en que el vientre hinchado de Imelda era demasiado bonito como para que fuera el de un niño.

Esa noche durmió con una enorme sonrisa en los labios mientras se hacía un espacio entre los brazos de Héctor.

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Era imposible no notar la felicidad con la que él le hacía cariñitos a su panza cuando creía que ella estaba dormida.

Tampoco el cómo se levantaba en medio de la noche para cantarle canciones de cuna a la pequeña y adorable bebé con tal de dejar a su esposa descansar un poco mas durante todo el primer año de Coco.

Obviamente él era el padre más orgulloso de todos cuando la tercer palabra que Coco aprendió a decir fue “guitarra”, o al menos fue algo muy similar a esa palabra en balbuceos de bebé.

Pero también era el esposo más romántico de todos, porque de la nada solía aparecerse por la cocina para hacerla cantar y bailar mientras cuidaba que el arroz no se le fuera a batir.

Era impensable que él las fuera a abandonar, pero entonces sucedió.

El restaurante en donde él trabajaba fue incendiado por un ajuste de cuentas que el dueño se traía con un hacendado a las afueras del pueblo, y fue cuando Ernesto volvió a meter su cuchara en el asunto. Ésta vez cosechando los frutos de tanto insistir con el tema de la gira.

Después de discutir ampliamente sobre el tema, Imelda accedió a que Héctor mantuviera un empleo como músico en las diferentes cantinas de Santa Cecilia y pueblos aledaños. Ese fue el inicio del final.

Mientras Coco crecía y se aprendía las canciones de su padre, éste comenzaba a pasar más y más tiempo lejos de Santa Cecilia.

Imelda optó por confrontarlo en una de esas ocasiones, y la bomba explotó. Se gritaron cosas horribles y Héctor le cantó “Recuérdame” una última vez a Coco antes de salir por la puerta con una maleta ligera en una mano y su guitarra en la otra.

Se detuvo bajo el marco de la puerta y volvió su vista atras.

—Ustedes siempre serán mi más grande amor, Imelda. Pero quiero ir tras mi sueño.

Imelda se plantó con firmeza y frunció el entrecejo.

—Será mejor que te marches antes de que yo misma te corra a escobazos.

Él sabía que ella estaba furiosa si no se había referido a él por su nombre. Hécto sonrió con tristeza.

—Volveré por ustedes. Te amo.

Quizás el recuerdo de Héctor dolería menos si él se hubiera marchado sin mirar atrás, enojado y gritando como loco, en lugar de que su última imagen fuera la del amor de su vida sonriendo amargamente mientras hacía una promesa que nunca cumpliría.

Porque las promesas que no se cumplen duelen más cuando llevan un “te amo”.

Un Poco LocoWhere stories live. Discover now