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SeHun, cerró los ojos unos segundos analizando la vida que llevaba desde que se encontró con él, y comprendió que, desde ese día, su existencia era un caos, pero también cada minuto que pasaba al lado de aquel poderoso y peligroso alfa, le llenaban de placer y orgullo. Sobre todo, cuando lo escuchaba jadear cuando se corría, en momentos como ese, le hacía sentir que era poderoso ya que le despojaba de la máscara de frialdad con la que se cubría la cara JongIn, al mundo.

—¡Estás loco! —susurró con voz rota, acallando que él también estaba por reaccionar por lo que estaba haciendo. Por sentir que el mundo se abría bajo sus pies cada vez que estaban cerca, como si el mismísimo infierno lo llamara para engullirlo a causa de la oscuridad de ese hombre, del empresario más temido del mundo.

JongIn, entrecerró los ojos sin dejar de mirarle fijamente, clavándole contra el colchón con la fuerza de su magnetismo y el peso de su cuerpo. —Lo sé —reconoció sin poner en duda su palabra. Era cierto que estaba loco, pero no iba a acallar el fuego que lo quemaba por dentro. Que lo reducía a un estado perpetuo de necesidad. Ansiaba marcarle, tomarle con fuerza, llenarle con su esencia, obligarle a permanecer a su lado hasta que la muerte se lo arrebatara, pues prefería obtener de él su odio que la indiferencia, ya que el primero era un sentimiento intenso al que podía hacer frente—. Y es tú culpa que reduzca a cenizas mi mundo, que esté dispuesto a destruir con mis propias manos a los que te hicieron daño. — Estuvo a punto de gruñir al ver la sorpresa en los ojos de su omega, al notar cómo este se removió bajo él, rozándole donde no debía ya que estaba a un paso de follarle duro, olvidando que estaba herido—. Ya que el único que tiene permiso para dañarte, soy yo.

SeHun, salió de la nube en la que se metió solito como un ciego estúpido cuando JongIn, dijo con esa voz ronca que el muy hijo de puta sabía que le excitaba, cuando escuchó la última frase. No pudo contenerse, era innato en él sublevarse contra quien se atreviese a intentar someterle. Bien es cierto que JongIn, fue el único a quien le permitió cierto grado de dominación sobre su persona, pero ya no más. No le iba a entregar más de sí mismo por el bien de su salud mental. Por su orgullo que tantas veces fue pisoteado por ese mismo hombre que ahora le aseguraba que era el único que podía hacerle daño en su vida.

Alzó la cabeza velozmente golpeando sin piedad contra el rostro del alfa, sonriendo internamente cuando escuchó un crujido. Le había roto algo y esperaba que le doliera.

—¡Maldito idiota! —Alegó JongIn, maldiciéndose por dentro al ser tomado por sorpresa de esa manera. No era la primera vez que SeHun, se revolvía en sus brazos o le amenazaba con golpearle. Aquella fuerza y orgullo que percibía en el omega, era lo que más le gustaba, pues deseaba someterlo en cuerpo, en alma y corazón. Este tenía una cualidad extraña, no tenía miedo de él y le miraba a los ojos como si fuera su igual.

Excitante, un amante digno de él, de recibir tal placer que le suplicara que lo follara cada vez que le rozara la piel. Pero en esos momentos, con la nariz y el labio doloridos, probando el sabor de su sangre, lo único que quería agarrarle era el cuello, hasta que se desmayara por falta de aire. SeHun, le sorprendió cuando rompió a reír bajo él, cayendo exhausto sobre la cama tras golpearle. Si no fuera que estaba malherido estaba seguro que habría luchado hasta tirarle de la cama. Hasta quitárselo de encima. Lástima. Porque una buena pelea era el mejor preludio para una candente y explosiva maratón de sexo salvaje.

—¿Yo un idiota? Y me lo dice San JongIn, el hijo de puta más odiado de toda la ciudad —se burló SeHun, sin dejar de reír por lo absurdo de aquella situación. Todavía no era consciente de qué hacía en aquel cuarto con él, con el hombre que le obsesionaba y lo conducía a la locura con su sola presencia. No tenía ni idea del día ni la hora. Ya podía haber pasado apenas unas horas o unos días desde que fue levantado del suelo tras la explosión del Centro, y conducido en una furgoneta hasta un almacén abandonado en el que fue golpeado y torturado en busca de unas respuestas que no estaba dispuesto a dar. Su mente estaba aún confusa y su cuerpo se sentía como la mierda, y para rematarlo todo... estaba tumbado teniendo la conversación más larga que había disfrutado en toda su vida con JongIn. Si lo pensaba bien, todo lo que le estaba pasando era surrealista, sacado de un guion maltrecho de una mala película de amor, o drama... o de terror, según la cara del prisma en el que mirases. Y todo gracias a un alfa que lo volvía loco.

JongIn, acalló las ganas que tenía de asfixiarle con sus propias manos y no pudo evitar devolverle la sonrisa. Ver a su omega reír de esa manera, mostrando inocencia en sus ojos era un cambio que le llenaba de calidez por dentro. Lo quería todo de él, su furia, su pasión, su orgullo, su odio, su necesidad, y ahora había añadido otro nombre más a su lista "su humor".

Lo quería todo, e iba a tenerlo todo.

Se agachó y cubrió los labios que por tanto tiempo había ansiado probar. Los días que el omega, se mantuvo alejado de él fueron una tortura, en la que su mente no dejaba de mostrarle imágenes de su pasional amante follando con otros hombres. El beso se volvió más salvaje, más duro, arañándole los labios, mordiéndole la lengua hasta probar el sabor de su sangre.

¡No! SeHun, no iba a ser tocado por otro hombre. Lo mataría con sus propias manos, acabaría con el desgraciado que se atreviera a rozar la piel de su omega.

—¡Mío! —gruñó entre dientes rompiendo unos segundos el beso para devorarle con los ojos.

«Joder...» Pensó SeHun, ahogando el gemido de pura necesidad que ansiaba brotar de sus humedecidos y doloridos labios. Estaba paralizado ante esa ardiente y cruda mirada, ante el sentimiento de posesión que percibía en esos oscuros ojos. Le observó en silencio mientras se maldecía por dentro al ser tan débil. Pero ¿cómo no iba a serlo si JongIn, era el hombre más ardiente de todo el Universo? Su cuerpo era fuerte, endurecido por el ejercicio, marcado por la crueldad de la vida, tan diferente a él que lo esclavizaba con una sola mirada. Recordaba como odiaba a los alfas de alto estatus por mantener el dominio hacia los suyos aun después de ser abolida la ley de esclavitud que se mantuvo hasta hacía poco.

Los omegas "ordinarios" aquellos que no poseían riquezas ni un apellido importante, siempre habían sido "propiedad" de los alfas que poseían dinero, hasta que todo cambió y pudieron vivir libres.

Libertad.

Una sensación, un sentimiento, una necesidad que todo omega grababa a fuego en sus corazones, en sus cuerpos, y por la que lucharían a muerte. Pero cuando estaba con JongIn, se sentía atrapado en una encrucijada, sentía que era su juguete, que no era más que un número en la lista de sus amantes, odiándole con toda su alma y amándole con igual fuerza.

Lo amaba.

Respiró hondo y cerró los ojos, incapaz de mantenerle la mirada. Joder, era un imbécil, pero lo amaba. Amaba con toda su alma a ese cabrón que lo mantenía preso contra la cama, que lo follaba cuando él quería y le llamaba por teléfono para quedar. Aun sabiendo que luego tenía una gran lista de mujeres a las que mantenía, acababa abriéndose para él, gimiendo como una puta y ansiando sus besos, sus caricias, lo poco que le daba. ¡Cuántas noches ahogó las lágrimas que pugnaban por brotar de sus enrojecidos ojos! Las tragaba y las mantenía en lo más hondo de su ser por puro orgullo, para no aceptar que cuando estaba lejos de JongIn, se sentía débil.

Torturándose al imaginarlo con sus mujeres. Temiendo que un día viera en las noticias que había caído muerto a manos de los muchos enemigos que tenía el empresario, o que había contraído matrimonio con una rica heredera de uno de los muchos imperios económicos de Seúl. Y ahora... el tenerle tan cerca, besándole con pasión, devorándole con los ojos, diciéndole con esa intensidad que le pertenecía, le estaba lanzando de nuevo al precipicio del que intentó escapar.

—Y no pude... —susurró sin ser consciente de haberlo dicho en alto

JongIn, fue testigo de la lucha interna que tuvo SeHun.

El omega era muy expresivo, demasiado, y por su bien debía comenzar a aprender a mostrar una máscara de hielo ante el mundo para no delatar a sus enemigos las debilidades con las que podían atacarle. Le permitió esos segundos de reflexión, pero si cuando abría los ojos percibía duda o rechazo, o esa barrera que notó el último día que estuvieron juntos en el motel de mala muerte en el que se citaban, le ataría a la cama de ser necesario para dejarle claro que no le iba a permitir alejarse de su lado.

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