Capítulo 2: La curiosidad mató al cerdo

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    Ma despertó temprano la mañana siguiente, cuando los rayos del sol apenas coloreaban el cielo de un azul pálido, casi blanquecino. Se desperezó con tranquilidad, y luego sacudió el hombro de Max para despertarlo.

    — Max, es hora de irnos — le susurró al oído.

    El aludido se removió en su lugar sin abrir los ojos.

    Ma decidió que era mejor despertar a los otros dos mientras Max se animaba a levantarse. Trepó a la barriga del jabalí con cuidado en busca de su hijo. Timón seguía en la misma posición que había tomado cuando se fueron a dormir, y parecía que ni los ronquidos ni la respiración de su amigo, que lo hacía subir y bajar interminablemente, eran capaces de despertarlo. La suricata se acercó a su hijo y le acarició suavemente la cabeza.

- Timi, ya es hora de levantarse.

El aludido, respondiendo a las caricias de su madre, estiró su alargado cuerpo y lanzó un bostezo al aire. Giró la cabeza para ella mientras se tallaba los ojos.

- ¿No crees que es muy temprano?

- Tenemos mucho camino por recorrer - le dijo dulcemente. - Es mejor empezar temprano.

Timón recordó de pronto la razón por la que estaban ahí, y la sensación de malestar regresó. Con pesar, el suricato se dio la vuelta para sentarse sobre el jabalí, y luego se dejó caer como si se tratara de una resbaladilla sin pensar mucho dónde caería. Para su sorpresa resultó ser Tío Max quien detuviera su caída.

A base de coscorrones y pataleos, el suricato apartó a Timón de él poco antes de que Ma bajara junto a ellos.

- Tío Max y yo iremos a buscar provisiones para el viaje - dijo.

- ¿Qué? - se quejó el aludido.

- Timi, tú y tu amigo recojan este desastre y busquen algo de agua - le entregó a su hijo una pequeña calabaza hueca. - Los veremos al límite del reino.

- Sí, Ma.

La hembra acarició la cabeza del suricato y luego se alejó acompañada de Tío Max y su gesto malhumorado. Timón esperó a que se alejaran un poco antes de despertar al jocoquero con un golpe en la barriga.

- Yo no fui - dijo con voz ronca.

- Arriba, grandote. Ma quiere que limpiemos esto y busquemos agua. Los veremos al final del cañón.

Pumba giró sobre si y se puso de pie. Ayudó al suricato a deshacerse de los restos de hierba y hojas para no dejar huellas de su paso por el lugar.

- Ma cree que aquí es igual que en nuestro antiguo hogar -rio Timón. - Imagina que alguna hiena va a seguirnos y comernos en cualquier momento.

- ¿Cómo era el lugar donde vivías antes, Timón?

- Nada demasiado interesante - el suricato pateó la última hoja que quedaba y se quitó la tierra de las manos dando palmadas. - Una tierra de nadie, muy muy lejos de aquí. Vámonos.

Timón se adelantó en dirección al final del cañón, una abertura que desembocaba en el desierto que cruzarían ese día. Pumba trotó para dale alcance.

- ¿Era lindo? - insistió.

- No en realidad - admitió. - Imagina una pradera repleta de hienas, zorros y serpientes. Y en medio de eso, mi colonia con la cabeza metida bajo tierra todo el día.

- ¿Y eso no te gustaba?

- Te levantaste muy curioso hoy, Pumba.

- Bueno... quiero entender por qué no querías venir - el jocoquero retrajo sus largas orejas.

- No, no es por eso - respondió el suricato, más serio.

- Entonces, ¿por qué sí es?

- Eso no importa, Pumba - masculló, ligeramente irritado.

- Pero, Timón...

- No quiero hablar de eso. Y no me harás cambiar de opinión - decidió, cruzando los brazos.

Aceleró el paso y volvió a dejar a su amigo atrás. El jabalí dio un par de saltos para darle alcance.

- Entonces, ¿puedes dejar de estar así, al menos?

- ¿Estar cómo, Pumba? - masculló.

El aludido se detuvo, pensando las palabras que estaba por decir.

- Es que te ves tan... triste.

Esa última palabra dejó al suricato congelado en si sitio. Triste. Su máscara de mal humor no había logrado persuadir a Pumba. Tenía razón: ni molesto ni cansado, estaba triste. Y nervioso, muy nervioso.

Viéndose atrapado, exhaló un suspiro y vio a su amigo por encima del hombro.

- ¿Alguna vez te hablé de Tesma?

El jabalí negó con la cabeza.

Timón le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara, y retomó su marcha.

- Será mejor que sigamos caminando mientras te cuento esto. Es una historia larga.

Once Upon a Timón - ESPAÑOLWhere stories live. Discover now