Capítulo XI

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—A ver si lo he entendido. ¿El idioma que estoy hablando ahora, es el idioma de los dioses?

El Olimpo era el lugar más extenso y blanco que jamás había visto. Cuando Hermes y ella aparecieron en él, la impresión impidió a la joven decir ni una sola palabra. Jamás habría pensado que el Olimpo tendría ese aspecto. Siempre se lo había imaginado como una especie de templo enorme envuelto por nubes blancas como la nieve. En cambio, no había un templo, sino muchos. Era como una ciudad en medio del basto cielo. Un pedazo de tierra blanca suspendida en el aire y oculta por las nubes. El suelo, tal y como había podido comprobar, no era duro como se podía esperar. Era tan blando como el algodón y tan sólido como el acero.

Los templos que abarrotaban la ciudad aérea formaban calles y plazas elegantes. Por ellas, Zoe había visto un millar de seres extraños que solo había contemplado en los libros. Mientras andaban hacia el templo que estaba a más altura y era todavía más grande que todos los anteriores, vio pasar a un centauro cargando a una niña pequeña sobre su lomo. Esta, aunque podría haber sido la más humana de todos los seres que paseaban a sus anchas por allí, era en realidad uno de los más peligrosos. Tal y como Hermes la había advertido, no debía acercarse mucho a las niñas de cabellos rojos. Eran hijas de Medusa y tenían la capacidad de convertir en piedra a todo aquel —dios, humano o bestia— que las molestase o irritase. La información logró arrancarle un escalofrío. De todos modos, cuando vio a la pequeña abrazar amorosa al centauro, no pudo evitar sentir cierta ternura. Eran niñas y se comportaban como tal. Cuando se lo comentó a Hermes, este la miró sorprendido. Luego suspiró.

—De todos modos, no te acerques mucho a ellas, ¿de acuerdo? —Y así se terminó la discusión.

Los templos estaban situados aleatoriamente por el espacio sin ningún tipo de patrón. La mayoría eran muy parecidos, a excepción del de Afrodita, pues tenía un enorme corazón de mármol tallado y pulido en lo más alto de la estructura. Justo en el centro del corazón había un pedrusco de color rosa en forma de octágono. Cuando Zoe preguntó por él, Hermes dijo que fue el regalo de bodas de Hefesto, su marido. Según Hermes, aunque Afrodita lo despreciara delante de todo el mundo, en el fondo lo quería más de lo que estaba dispuesta a admitir. Aunque nunca había visto a la diosa como para verificar sus palabras, supo que tenía razón. ¿Por qué si no situaría su regalo en un lugar tan significativo?

Los demás templos eran bastante iguales: blancos, con columnas con decoraciones vegetales y cariátides en alguna de las entradas. Para llenar el espacio vacío entre los templos había fuentes decoradas con estatuas talladas en mármol, otras eran doradas.

Hermes se había detenido al llegar al pie de una enorme escalera que subía hacia un nivel superior. En lo alto, tan majestuoso, estaba asentado el más grande de todos los templos. A Zoe no le hizo falta preguntar a quién le pertenecía. Sin duda alguna, ese era el templo de Zeus.

—Este es el templo de Zeus —la informó de todos modos—. El tuyo está justo detrás.

—¿No comparte Hera el mismo templo? ¿No estaban casados? —indagó, intentando descubrir cómo funcionaba la jerarquía en el Olimpo. Aunque Hefesto y Afrodita también lo estaban y había visto ambos templos.

—Lo están, y antes vivías allí también. Pero te las ingeniaste para poder ir a tu propio templo y así no tener que verle a diario. —Hermes le dedicó una pequeña mirada antes de instarla a subir las escaleras. Definitivamente, esa respuesta no se la había esperado—. Y deja de poner esa cara de sorpresa, se supone que eres una diosa.

Si Zoe lo escuchó, fue evidente que ignoró sus palabras por completo. Aunque en un principio había mantenido la boca abierta por la emoción y el asombro, un rato después el motivo cambió por completo. ¡Ya no estaba asombrada, lo que estaba era agotada! En cambio, Hermes se encontraba fresco como una rosa. De ese modo, surgió la evidente pregunta que debería haber hecho desde el principio. Una pregunta de la que tal vez ya sabía la respuesta.

Hera Donde viven las historias. Descúbrelo ahora