XXII.

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Los subsuelos de Egipto, por raro que pareciera, eran fríos y húmedos, aunque podía sentirse por mucho el aire caliente de la zona en la que estaban. A veces, arena y polvo formaban pequeños remolinos en el suelo, así como algunas piedras de minúsculo tamaño se desprendían del techo cada vez que un fuerte movimiento las sacudía.

Esos subsuelos eran muy poco conocidos. De hecho, no sería mentira decir que solo unos cuantos los conocían.

Largos y extensos pasajes construidos en una época mucho más antigua, todos metódicamente armados para que se interceptaran en algún punto y luego guiaran a otro.

Para Bakura, que solo tenía a Zorc y a una antorcha como acompañantes, aparte de la Sortija del Milenio, no era ningún problema movilizarse dentro de esos confusos caminos. Los recorría incluso antes de que Kul Elna fuera destruida.

Y sabía muy bien cuál camino llevaba más rápido a donde quería ir.

Sonrió cuando bajo la iluminación del fuego brilló aquella extraña lápida con varias rendijas de diferentes formas. Era un lugar extenso y muy oscuro, como una cueva lo suficientemente escondida para no ser descubierta, y, sin embargo, ahí estaba él.

Colocó la Sortija del Milenio en el lugar al que pertenecía y sintió a Zorc retumbando dentro de su mente.

Un poderoso aura emergió de su cuerpo, entonces, dándole unos escalofríos para nada placenteros, pero tampoco molestos.

¡Ahora, vengan, almas olvidadas de Kul Elna! —exclamó —. ¡Es tiempo de reclamar la venganza que merecen!

Por un momento, no sucedió nada, pero a los pocos segundos, un estruendoso sonido similar al de un derrumbe junto a un fuerte temblor bajo sus pies hizo que las comisuras de sus labios se curvaran hacia arriba.

Uno a uno, cada alma que parecía completamente furiosa y resentida, fue saliendo del interior del suelo y elevándose lejos de la visión de Bakura, pero todas tomando exactamente el mismo camino hacia la capital: Tebas.

—Entonces... Me pregunto qué harás ahora, Faraón —miró el camino de las almas.

Zorc también sonreía en su interior.

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Yendo lo más rápido que podían sobre sus caballos, cada uno de los sacerdotes más Atem intentaban ayudar a los aldeanos, luchar contra los bandidos y descubrir qué estaba sucediendo exactamente, todo al mismo tiempo.

Pero las cosas se complicaron cuando aquellos extraños entes de cuerpo sin forma empezaron a atacarlos sin cansancio.

—¡Estos... ¿Son almas?! —exclamó Isis esquivando una para, al mismo tiempo, convocar a su Ka —. ¡¿Qué está sucediendo?!

Seto hizo otro tanto cabalgando con rapidez al lado de Atem y así poder defenderlo, pues parecía ser el punto de la mayoría de los seres.

Muy pronto, todos habían convocado a sus ka de manera exitosa y se disponían a luchar uno al lado del otro.

Sin embargo, no parecía ser suficiente.

—Tenemos que separarnos —ordenó Atem poniéndose a la cabeza y llamando la atención de sus sacerdotes —. A este paso nos van a acorralar a todos y no podremos ayudar a quienes lo necesiten ni encontrar a quien buscamos.

Aunque Seto parecía querer oponerse a la idea, fue interrumpido por Shada, quien le robó el turno para hablar.

—Entendido —dijo el sacerdote de la Llave del Milenio llamando a su Ka para que atacara de nuevo —. Yo me quedaré aquí.

El Misterio De La Amada Del Faraón [COMPLETA]Where stories live. Discover now