IV.

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El Faraón Aknamkanon dio por terminada la discreta conferencia después de más tiempo del que supuso Atem; sin embargo eso no era lo que realmente le incomodaba.

Por lo general, ese tipo de conferencias se daban en la sala real y con todos los sacerdotes guardianes de los artículos milenarios presentes, los que vendrían a ser seis personas más aparte del Faraón.

Por supuesto, Atem también asistía a dichas reuniones, lo hacía desde que era más joven para acostumbrarse a la vida de un rey, según su padre; sin embargo usualmente lo dejaba fuera con las decisiones y asuntos más importantes.

Como era el caso, por ejemplo, del Rey de los Ladrones. Su padre no lo incluiría en algo así.

Después de que Aknadin y Shimon se retiraran, Atem quiso cuestionar sobre la decisión de su padre, pero el Faraón lo interrumpió antes de que pudiera hablar.

—Hijo mío, me contaron que trajiste una mujer extraña al palacio —comentó tomando asiento en su extensa cama.

El Príncipe casi rueda los ojos.

—¿Y eso te lo contó Seto, o uno de los siervos? —quiso saber, pero solo fue respondido por una risa y posterior tos seca de su padre.

—Ya deberías saber que en este palacio las paredes tienen oídos y hablan —bromeó logrando que Atem sonriera —. ¿Y puedo saber por qué permitiste la entrada de esta extranjera, hijo mío?

Atem suspiró y asintió.

—Estaba siendo atacada por Madu, el ex-guardia del que te hablé. Fue herida... gravemente y le ofrecí ser atendida por Isis. Se negó en un principio, pero ya está aquí —explicó y una vez escuchó a su padre reír. Atem frunció el ceño —. ¿Qué?

—¿Y es bonita, hijo? ¿Planeas hacerla tu primera concubina?

Si la piel de Atem no fuera oscura, de seguro su sonrojo hubiese sido mucho más notorio de lo que pareció.

—¿Qué? ¿Eso es lo que todos han estado pensando? —preguntó algo indignado y mirando hacia varios lados en busca de algún criado curioso.

Su padre alzó una ceja.

—Bueno, dicen que tiene los ojos verdes que tanto te gustan, ¿o no?

Esta vez, Atem sí rodó los ojos.

—Padre, resultas ser más libertino de lo que todo Kemet cree —suspiró —. Una cosa no tiene nada que ver con la otra, que la haya ayudado no significa que la busque con otras intenciones. Además, ella no parece haber llegado aquí por voluntad propia.

El Faraón Aknamkanon lo miró confundido.

—¿A qué te refieres, hijo? ¿Podría ser una esclava que escapó?

Atem negó.

—No lo creo. Sus ropas eran extrañas y ni siquiera parecía saber en dónde estaba parada. Me gustaría ayudarla, nada más.

Su padre exhaló y relajó los hombros, Atem sintió que se trataba de un suspiro de decepción, por eso pidió una explicación con la mirada.

—Es solo que pensé que sería bueno dejarte con el apoyo de alguien más antes de partir en mi camino a la duatcomentó.

—Padre, no digas cosas así —pidió Atem preocupado, pero su padre lo calló con un movimiento de cabeza —. Espera..., ¿entonces es por eso que me llamaste a esta extraña reunión?

Aknamkanon no asintió ni negó, pero su silencio otorgó.

—Hijo mío, estoy muriendo y lo sabes —declaró sin dar opción a réplicas —. Muy pronto mis deberes serán los tuyos. Muy pronto necesitarás más apoyo del que crees. Puede que no lo parezca, pero los Sacerdotes, el harem, o cualquier otra persona no puede ser tan buen impulso como aquellos a quienes realmente amas... Y no, el pueblo de Kemet no cuenta en esta ocasión.

El Misterio De La Amada Del Faraón [COMPLETA]Where stories live. Discover now