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La camioneta aparcó frente a su casa cerca de las 2 de la tarde. Como siempre el bosque se encontraba igual de silencioso, no había cambios en el espacio, todo seguía igual.

Bakugou apagó el motor del vehículo, deslizó sus manos por la circunferencia del manubrio hasta dejarlas en la cima para luego dejar caer pesadamente su frente en ellas. Se tardó en liberar aquel tormentoso suspiro lleno de cansancio que marcaba el fin de su extensa e inesperada jornada laboral, mañana sería otro día y su cuerpo estaba totalmente agotado. Simplemente quería dormir hasta que se despertara por sí solo para la cena o para cuando lo despertara su propia alarma. Estaba seguro de que con todo el cansancio que llevaba encima podría dormir hasta el otro día sin problemas.

Probablemente tendría hambre, pero en ese momento sus prioridades se centraban en sus ojos pesados y su espalda adolorida, por lo que el almuerzo y toda esa mierda debería esperar hasta que se sintiera pleno para poder cocinar siquiera algo pequeño. Claramente no iba a rebajarse a unos asquerosos fideos instantáneos.

Abrió la puerta de la camioneta y se bajó de un salto, agarró sus cosas y cerró. Caminó hasta su casa sin mucha prisa mientras movía su hombro izquierdo mediante movimientos circulares para aliviar un poco el dolor de aquella zona, la cual había sido torcida gracias a que uno de esos asquerosos yakuzas lo había pillado de espaldas con cuchillo en mano, en donde Bakugou tuvo que hacer una extraña maniobra para zafarse de ese bastardo antes de que le tocara un pelo. Se salvó y pudo vencer al tipo, pero desafortunadamente se ganó aquella leve torcedura de la que se ocuparía en otro momento.

Se molestaba en pensar que aquel dolor ya no se le hacía divertido como los primeros años. Antes, fueran torceduras, heridas con armas blancas o de bala, inclusive los dolores de combate cuerpo a cuerpo le parecían cosas de las que enorgullecerse o de las cuales sentirse emocionado. Si seguía vivo y las lesiones eran resultados de combates o encuentros realmente interesantes y emocionantes, ¿por qué no sentirse bien ante una victoria? Esos días le resultaban los mejores, días llenos de adrenalina y que siempre le levantaban los ánimos y le hacían querer seguir pateando traseros, sin embargo, durante algún tiempo había comenzado a dejar de sentir la misma emoción que antes. Y aquella tarde era uno de esos días en que se cuestionaba en dónde carajos se había ido toda aquella satisfacción. No decía que había dejado de amar su trabajo, es sólo que parecía haber perdido la motivación en algún punto del trayecto y que ahora era el momento en que se percataba de ello.

Y él sabía perfectamente por qué su motivación había comenzado a flaquear de ese modo.

Si bien ayer estuvo realmente excitado en el principio de todo aquel embrollo policial del cual salieron victoriosos, toda aquella energía había caído en picada gradualmente al finalizar su jornada laboral. Y es que eso ocurría siempre desde que comenzó a sentirse así. Podía sentirse realmente energizado durante su trabajo sin importar lo que tuviera que hacer o las altas probabilidades de peligro que a veces traían sus días, no obstante, todo eso se apagaba de tan solo un soplido al momento de llegar a casa.

Bakugou tenía muy bien en cuenta la gran diferencia que existía en llegar a casa y que te estuvieran esperando, y el que nadie lo estuviera haciendo. Ahora ya no ocurría lo mismo como antes ocurría cuando iba en la primaria y su madre lo esperaba en casa, pero las cosas habían sucedido de tal forma que él mismo había destruido por completo aquellos momentos de felicidad. Y él lo tenía muy bien en cuenta, habían sido sus estúpidas decisiones y era su culpa que ahora ya nadie existiera para esperarlo en casa. Era su culpa, pero sabía que las cosas eran mejor de ese modo.

Había pensado que ya se había acostumbrado por completo a la soledad que él mismo había creado, pero quizás se había equivocado del mismo modo en que se había equivocado cuando era un simple y asqueroso quinceañero en hacer todas esas estupideces que hizo y que más de una vez por poco le cuestan la vida y su libertad. Odiaba, detestaba con cada fibra de su ser tener que recordar asquerosidades como esa, pero, aunque quisiera borrarlo como si fuera un gran garabato sobre papel blanco, simplemente no podía borrar su pasado. Quizás todas esas cosas que hizo y todas esas oportunidades que desperdició ya habían pasado, pero siempre las tendría en sus recuerdos y eso lo jodería hasta el día en que uno de esos payasos delincuentes aprendiera a disparar bien y le pegaran unos buenos balazos en la frente, o cuando aprendieran a maniobrar de forma decente un maldito cuchillo y que éste no fuera de mantequilla, joder.

¡Mamá, me casé con el perro!Where stories live. Discover now