Capítulo 17. Sabor amargo

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«¡Buenos días! Son las nueve y siete minutos de la mañana. Seguimos con más música...»

Una canción desconocida comenzó a sonar. Me levanté de la silla y apagué el aparato, dejando el desayuno a medias. Era un viernes soleado, con una temperatura ambiente agradable. Un magnífico día para ir a la playa, salir a correr o hacer algo productivo, pero, bueno, no tenía ganas de hacer ninguna de esas cosas. La pereza se apoderaba de mí cada vez que trataba de espabilarme.

Melina y mamá habían salido hacía rato para visitar a los hijos de Melina al campamento como cada viernes. Antes de que se fueran, le pedí permiso a mamá para poder salir al día siguiente, pero dijo que me daría la respuesta cuando regresara.

Mis fuerzas estaban por los suelos. Lo único que quería era tirarme en la cama y dormir durante todo el día, pero el cesto de la ropa estaba lleno, y si dejaba pasar un día más sin lavar, al final no tendría nada que ponerme. Salí de la cocina. Me encontré a Frank en la planta de las habitaciones, tras subir las escaleras. Llevaba unos tejanos desgastados, botas negras y una camiseta de Guns N' Roses. Nuestras miradas se encontraron un momento, luego él bajó y salió de casa. Recordé intranquila que me había dejado su último mensaje.

Después de unas horas, escuché movimiento en la planta baja. Bajé a la cocina y me encontré con mamá y Melina, que habían traído una bolsa con comida.

―Comida china ―anunció mi madre alegremente.

Sonreí, me senté en el taburete y empezamos a comer. Frank aún no había llegado. Ya eran casi las dos de la tarde y ridículamente lo echaba de menos.

NARRA FRANK

Le había pedido a un amigo, Joel, que pasara a buscarme para ir a tomar algo. La conversación que tuve ayer por la noche con Alexa pareció afectarme... ¡Diablos, claro que me afectó! Había aceptado salir con Fernando y eso me hacía sentir impotente.

¿Acaso no se daba cuenta que ese tipo quería acostarse con ella y luego dejarla tirada?

Tenía que encontrar la manera de abrirle los ojos y que se diera cuenta de la clase de imbécil que era. Además, estaba furioso porque Fernando había estropeado la buena sintonía que habíamos conseguido Alexa y yo después de haber ido al parque de atracciones.

Pero ¿qué diablos me importaba a mí con quién se acostaba o si alguien le decía alguna obscenidad? No lo sabía, pero mi impulso a protegerla siempre aparecía cuando Fernando le dirigía la palabra o cuando algún estúpido le faltaba al respeto. Imaginar a Alexa subiéndose al asqueroso Mustang de ese depravado me enfermaba. No podía hacer nada para evitar que saliera con él, pero sí podía intervenir de alguna otra manera. Eso ya lo tenía totalmente calculado.

Tras reírme con Joel de un montón de cosas absurdas y divertidasLuego de conversaciones absurdas y divertidas, le hablé de Alexa, pero sin ponerme cursi ni sentimental. En un momento dado de la conversación, me señaló y me dijo: «Acepta que te gusta esa chica».

Me reí por su comentario. No me gustaba. Nos llevábamos mal y la mayoría de las veces me sacaba de quicio, era solo que...

¡A la mierda! No me gustaba, me encantaba.

Salimos del bar, subimos a su Camaro y me llevó de vuelta a casa. Durante el trayecto, hice una llamada al padre de Alexa. Le diría que yo podía salir con Alexa ese fin de semana para estar al pendiente de ella y que no le ocurriera nada.

NARRA ALEXA

Cuando estábamos en medio de una conversación, logré escuchar el motor de un coche fuera. A los pocos segundos, oí la puerta principal y luego apareció Frank.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora