La decisión de Rachel

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Cuando Rachel alzó por fin la mirada, él enlazó sus manos con las de ella y la miró con una de aquellas sonrisas que solo le mostraba a ella. La muchacha logró esbozar una media sonrisa antes de responder.

—James, soy demasiado joven, no creo estar preparada para tener un bebé.

El joven asintió, con la mirada perdida. Se esperaba aquella respuesta, la entendía y la compartía, él tampoco se sentía preparado para cuidar de un bebé, a veces ni siquiera se cuidaba lo suficiente así mismo, y un ejemplo de ello era la comida que había en su cocina o el desorden que reinaba en su casa. Pero aquel bebé iba a nacer, quisieran ellos o no.

—Rachel, sabes que lo tienes que tener, ¿no?

—Sí, lo sé.

No era algo que ellos pudiesen decidir, las leyes en Estados Unidos no eran las mismas que en otros países, para bien y para mal. En Estados Unidos, todas las mujeres con sangre mágica tenían prohibido abortar, a no ser que tuviesen un embarazado de riesgo, y sin duda eso no iba a poder aplicarse a Rachel, aquella chica estaba sana como un roble y eran escasas las veces que enfermaba. James estaba en contra de esa ley, no la consideraba justa para las mujeres, pero el MACUSA no opinaba igual. Después de que el número de magos estadounidenses se redujese drásticamente, decidieron aumentar la población mágica prohibiendo los abortos. Claro que, aquella ley tenía un problema, al menos a ojos de sus detractores, habían prohibido los abortos, pero nadie había dicho nada de que no pudiesen entregar a los bebés a los orfanatos mágicos. Como resultado, los niños huérfanos en Estados Unidos habían aumentado en los últimos años.

—Rachel, ¿quieres entregarlo a un orfanato?

La chica afirmó con la cabeza y miró a James, pero este estaba demasiado concentrado en sus pensamientos como para percatarse de su mirada. En aquel momento, un pensamiento estaba pasando por su cabeza, un pensamiento que incluso a él le parecía una locura. No quería dejar al niño en un orfanato, no era culpa suya que ellos no hubiesen tenido cuidado, y jamás podría perdonarse así mismo abandonarlo a su suerte. Y aquello solo le dejaba una opción.

—Rachel, seamos padres.

Cuando las palabras salieron de su boca, incluso él se sorprendió. Jamás se hubiera imaginado decir aquellas palabras, al menos no sin que alguien le amenazase apuntándole con la varita. Sabía muy bien lo que significaba aquello, lo veía cada vez que visitaba a su familia, veía como la mayoría de sus primos tenían unas ojeras enormes, y como caían rendidos al final del día, pero también veía una extraña alegría que él jamás había sentido. Incluso su primo Fred la tenía, y no era solo cuando estaba con su hija, también cuando hablaba de ella o la miraba desde el interior de la casa, vigilándola desde la distancia.

—James, un bebé no es un juguete. No puedes decir que lo cuidarás y después echarte atrás, es una vida que depende de ti.

—Lo sé, pero nosotros somos sus padres.

—En un orfanato crecerá feliz con otros niños, y lo criarán mejor que nosotros. No estamos preparados para ser padres, y no pienso renunciar a mi vida por él, soy muy joven.

En aquello llevaba razón, Rachel tenía veinticuatro años y, a ojos de los muggles, era joven para tener hijos, aunque en el mundo mágico con aquella edad ya se solía ser padre, al menos la mayoría de la gente.

—Pero nadie nace siendo padre, es algo que se aprende, y mis abuelos nos podrían echar una mano, y también tus padres. Podríamos criarlo sin renunciar a todo lo que tenemos.

—¿Te estás escuchando? No te engañes, James, tener un hijo significa renunciar a todas tus horas libres, a levantarte temprano todos los fines de semana y a cambiar pañales hasta que sea lo suficientemente mayor como para no necesitarlos. Por favor, usa la cabeza por una vez.

Papá por sorpresaWhere stories live. Discover now