Navidad I

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James avanzaba por el aeropuerto a paso ligero, tirando de la maleta, con una pequeña bolsa de viaje en uno de los hombros y buscando con la mirada a sus padres. Oliver, mientras tanto, observaba a todo y a todos desde el portabebés, lleno de curiosidad. Todo le llamaba la atención, todo era nuevo para él.

—¡James! —gritó una voz desde una de las puertas.

El joven se giró de inmediato y suspiró aliviado. Había sido un viaje horrible y lo único que estaba deseando hacer era irse ya a la casa de sus padres, en Grimmauld Place.

—¿Mal viaje? —preguntó su madre nada más verle la cara.

—Horrible, la próxima vez no voy en turista —respondió guardando el teléfono en su bolsillo—. ¿Lleváis mucho rato esperando, arruina sorpresas?

—No, don gracioso, solo llevamos aquí diez minutos —dijo su madre frunciendo el ceño, molesta por lo que acababa de decir su hijo.

Arruina sorpresas era su nuevo mote, y todo por un par de llamadas al móvil de Rachel. La había llamado pensando que lo cogería ella, pero no fue así, el que respondió fue James, algo de lo que ella no se dio cuenta hasta que le preguntó que qué día irían a Inglaterra. Fallo estrepitoso, y motivo de burla de James y, como no, también de sus padres y Harry. Incluso a Rachel le hizo gracia cuando James se lo contó y, lejos de enfadarse, la muchacha estalló en carcajadas.

—¿Rachel cuándo viene? —preguntó su marido sacándola de sus pensamientos.

—En unos días, no os preocupéis.

—¿Y la leche del bebé?

James se limitó a señalar la maleta, ampliada mágicamente, y como no, también reducida de peso. En ella llevaba todo su equipaje, el del bebé, y los regalos para sus sobrinos, que no eran pocos. La magia, en su opinión, en ocasiones así, era aun más maravillosa que de costumbre. Lo que los muggles tenían que llevar como mínimo en cuatro maletas de buen tamaño, él lo llevaba en una pequeña.

—Dame, deja que te lleve yo la maleta —dijo su padre nada más cruzar la puerta del aeropuerto—. ¿Quieres parar a comer algo?

James no tardó ni diez segundos en responder con un energético sí, estaba famélico, o al menos así se sentía él después de tantas horas de vuelo en las que apenas había comido nada.

Había sido el vuelo más horrible de su vida, y a la vez el más largo. Había tenido que aguantar las miradas despectivas de muchos pasajeros cuando lo vieron con su hijo en brazos, y tuvo que aguantar muchas más cuando su pequeño lloró, y eso que solo lo hizo un par de veces, muy pocas teniendo en cuenta que todavía no tenía ni cuatro meses. Demasiado bien se había portado.

El restaurante estaba tal y como lo recordaba, pequeño y hogareño. Era su favorito desde que tenía doce años, y el hecho de que sus padres lo llevasen allí tenía que ser por algo, de eso estaba seguro, aunque él no iba a ser el que sacase el tema. Él se iba a limitar a disfrutar de las tortitas que había pedido y del café que tanto necesitaba.

Su padre se había hecho con el control de su hijo en cuanto entraron en el restaurante, y al pequeño no parecía importarle. Todo lo contrario, se reía al ver sus carantoñas.

—Os vais a quedar todas las Navidades, ¿no? —preguntó su madre después de dar un par de sorbos a su té—. Podríamos hacer una cena familiar para año nuevo en casa, todos juntos, como hace un par de años.

—Mientras no pase lo mismo que hace cuatro años...

Su madre hizo una mueca al oír su respuesta. Nunca podría olvidarse de aquella celebración en la que todo lo que podía salir mal, salió mal. James llegó tarde, Albus de mal humor, y la mujer de su hijo con ganas de discutir. Aquellas Navidades fueron las peores desde que había formado una familia con Harry, y en cuanto terminaron, decidió dejarlas en el olvido, o al menos intentarlo, aunque aquello era imposible. Aquella cena ni siquiera pudo terminar, James se fue antes de terminar el segundo plato, y Lily en cuanto se terminó el postre, demasiado cabreada como para aguantar a Pansy.

Papá por sorpresaOnde histórias criam vida. Descubra agora