Navidad II

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La casa era increíble, tal y como le había dicho James, pero hasta que no había entrado dentro, no había creído que fuese para tanto. James a veces tendía a exagerar, pero su casa fue una excepción.

Era antigua y, a primera vista, Rachel se dio cuenta de que había sido reformada, aunque no le sorprendió. Según le contó James en una ocasión, antes de pertenecer a su padre era propiedad de la familia Black, una antigua familia mágica inglesa ya extinta por la línea paterna.

Nada más dejar la maleta en la entrada, James le hizo un rápido recorrido turístico por la casa, enseñándole todos los dormitorios, que no eran pocos, los baños y la cocina, la única zona de toda la casa que parecía tan vieja como la propia vivienda.

—¿Qué te ha parecido? —le preguntó James cuando se sentaron en el sofá.

—Es enorme, yo siempre había pensado que exagerabas un poco, pero en realidad te quedabas corto —respondió Rachel acomodándose en el sofá para darle el pecho al bebé—. Por cierto, ¿dónde están tus padres?

—¿Mi padre y arruina sorpresas? Trabajando, pero volverán para la hora de comer. Pero tranquila, en cualquier momento llegará mi hermana, con su hija y el mancillador.

—¿Mancillador?

—Sí, su marido, el que osó dejarla preñada.

—¡James! —gritó una voz detrás de ellos.

Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo, encontrándose con una mujer pelirroja con el rostro lleno de pecas, que sostenía a un bebé en brazos, también pelirrojo. Debía de ser Lily, la famosa hermana de James.

—Buenos días enana, por fin llegas. ¿Y el mancillador?

La muchacha suspiró con resignación y se acercó a ellos, ignorando la pregunta de su hermano.

—Soy Lily, la hermana del idiota de James, encantada de conocerte, Rachel.

—Igualmente Lily, James me ha hablado mucho sobre ti.

—A saber lo que te habrá contado —respondió la chica quitándole el sitio a James—. Mi marido se llama Matt, por cierto, no mancillador.

—Tu llámalo mancillador, Rachel.

Lily fulminó con la mirada a James, pero a él no pareció afectarle. Se limitó a sentarse en el sillón, apoyando los pies sobre la mesa de café, logrando que en aquella ocasión las dos pelirrojas lo fulminasen con la mirada.

—Podrías quitarte al menos los zapatos —dijo Lily—, no creo que supusiese mucho esfuerzo.

—Ahora estoy en la posición perfecta, cualquier movimiento me haría perderla, así que no puedo moverme. Además, mis pies huelen demasiado bien para vosotras.

Ambas, al mismo tiempo, hicieron una mueca. Los pies de James olían mal. Olían muy mal. Lily había sufrido aquel olor durante toda su vida, hasta que James se marchó a Estados Unidos, y Rachel los sufría ahora diariamente.

James no pudo contener la risa al ver sus caras, sabía muy bien el efecto que tenían sus pies. Él, y todas las personas cercanas a él.

Una hora después, cuando ambos bebés ya estaban saciados, llegaron sus padres, con la comida, unas pizzas que habían comprado de camino. James apenas les dio tiempo a sus padres para saludar a Rachel, tenía demasiada hambre como para esperarlos, y su hermana debía de sentirse igual, porque bajó junto a él, con su hija en brazos. El apetito Weasley era demasiado grande, y las pizzas demasiado apetitosas.

Los días en Londres pasaban deprisa, tanto para Rachel como para James. El único que no parecía ser consciente del paso del tiempo era Oliver, que a ratos dormía y a ratos se mantenía despierto en distintos brazos. Todos querían monopolizarlo, como pasaba cada vez que llegaba algún nuevo miembro a la familia, pero el bebé parecía tener ya a su pariente favorito: Hermione. ¿Lloraba? Hermione. ¿Empezaba a poner malas caras? Hermione. Siempre y cuando los padres no estuviesen en ese momento a su lado, porque si era así, el bebé solo tenía ojos para sus padres.

Papá por sorpresaWhere stories live. Discover now