La fecha perfecta

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James guardó los papeles dentro del maletín de cuero y lo cerró. Aquel iba a ser el último día que iría a la oficina aquella semana, y la verdad era que no quería volver hasta dentro de mucho tiempo, pero para su desgracia, iba a tener que regresar el lunes. La situación lo requería.

—¿Cómo están? —le preguntó una voz muy familiar.

Alzó la mirada, encontrándose a Gordon, que lo observaba con los brazos cruzados delante de su mesa. No le respondió de inmediato, recogió su mesa y la dejó perfectamente ordenada. En cuanto lo hizo, se levantó de su silla y fijó en él su mirada.

—Es una pregunta estúpida —se limitó a responder.

—Pero es la única que puedo hacer.

—Mal, están mal. Mejor que antes, pero por mucho que lo intenten esconder están mal. Ayer llegué antes de tiempo y encontré a Helen llorando en la habitación. No se dio cuenta de que yo estaba allí hasta que me acerqué a ella.

—¿Le has dicho que...?

—Sí, le dije todo lo que querías que le dijera, y también a Rachel, pero decirles eso tampoco es que les sirva de mucho. Lo han perdido, mis palabras no le van a devolver a su padre.

—Lo sé —dijo Gordon—. Será mejor que me vuelva al trabajo, te veo el lunes.

Tras esas palabras, Gordon se fue directamente hacia su despacho, mientras James se dirigía hacia la salida del departamento, sintiendo todas las miradas clavadas en él. Todos los aurores se habían enterado de lo sucedido, y aunque tenían órdenes de no decir nada, eso no evitaba que mirasen a James. Le molestaba, por supuesto, pero era algo a lo que ya estaba más que acostumbrado. Todo lo contrario que Rachel, que normalmente pasaba desapercibida dentro del departamento. Ahora le sucedería todo lo contrario al reincorporarse, tendría que aguantar todas las miradas, y eran demasiadas. Seguramente, un día acabaría gritando a alguien y, en cuanto lo hiciese, pararían de mirarla, al menos de manera indiscreta.

Suspiró al llegar a las escaleras y miró hacia atrás. No quería volver al departamento tan pronto, pero las circunstancias lo requerían. Ahora más que nunca. Llevaba muchos años trabajando como auror en el MACUSA, y había estado en casos y situaciones muy duras, pero era la primera vez que un tema le tocaba tan de cerca. Y lo peor de todo aquello era que todavía, dos de las personas que más quería en el mundo, estaban en peligro: su hijo y Rachel.

A decir verdad, aunque no quería volver al departamento, lo hubiera hecho de todas formas, aunque Gordon no se lo hubiera dicho. No podría descansar tranquilo sabiendo que su familia, su pequeña familia, corría algún peligro. Y el hermano de Rachel era muy peligroso. No quería ni imaginarse lo que sucedería si los encontraba.

Perdido en sus pensamientos, salió del edificio, al Nueva York muggle, que como siempre estaba repleto de personas en las calles, de conversaciones banales, y pitidos interminables de los coches. No les prestó atención, se fue directamente hacia el callejón más cercano y allí, lejos de la mirada de cualquier curioso, se desapareció.

Al instante, ya se encontraba en uno de los callejones que había cerca de su apartamento, y en menos de cinco minutos, ya estaba abriendo la puerta de este. Allí estaba Rachel, y también el bebé, pero no había ni rastro de Helen.

—¿Dónde está tu madre?

—Mirando un par de pisos con un amigo de papá. Me ha dicho que volverá por la noche y que no nos preocupemos.

—¿Lo ha dicho así o así me lo estás diciendo tú?

—Así te lo digo yo.

Era evidente. De tal palo tal astilla. Conocía demasiado bien a la madre de Rachel como para saber diferenciar cuando decía algo de un modo y cuando de otro. Lo más seguro es que en lugar de decir que no se preocuparan, hubiera dicho algo del estilo "volveré por la noche, soy lo suficientemente mayor como para cuidarme yo solita", y eso si estaba de buen humor.

Papá por sorpresaWhere stories live. Discover now