Un mes demasiado largo

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Las ojeras se notaban a simple vista, y cada día, se hacían más y más grandes. La situación era estresante. Hacía ya dos semanas que James y Rachel se habían marchado a Estados Unidos por el código rojo, y todavía no habían dado señales de vida, podían estar bien o podían estar mal, pero la duda los estaba matando.

Al igual que Oliver. El bebé apenas dormía, y cuando lo hacía, era casi un milagro. Apenas lograban dormir cuatro horas al día, con suerte. No era culpa del bebé, tenía solo cuatro meses y estaba acostumbrado a estar con sus padres casi las veinticuatro horas del día, por no hablar de que le dolían las encías.

Al menos, no lloraba mucho por el día, permanecía entretenido con el peluche que le había regalado y la lámpara del salón que no paraba de mirar. En aquel momento, la observaba impresionado, con la boca abierta, y el chupete en la mano. A su lado, Ginny leía una revista, o al menos eso parecía. Harry sabía que estaba pensando en algo, la conocía demasiado bien, y el hecho de que llevase veinte minutos en la misma página, confirmaba sus sospechas.

—¿Pongo la radio? —preguntó, poniendo la mano sobre la revista para llamar su atención.

Ginny alzó la mirada y negó con la cabeza. Dejó la revista a un lado y miro hacia la ventana durante unos segundos antes de levantarse del sofá y acercarse a la cuna de Oliver. Harry sabía mantener la calma, dentro de lo posible, pero ella, en cambio, estaba todo el día pensando en James.

Harry sabía muy bien que, aunque no lo dijese en voz alta, odiaba que sus dos hijos hubiesen decidido seguir sus pasos, y odiaba aun más que James se hubiese marchado a Estados Unidos, un país lleno de peligros. En Reino Unido también había muchos peligros, evidentemente, pero Estados Unidos era el primero en el ranking de aurores muertos en combate o por heridas de combate.

Ginny regresó al sofá, con Oliver en brazos. Aquello la tranquilizaba, tenerlo en brazos lograba calmarla, y si él no empezaba a llorar, aquella tranquilidad podía durar horas, aunque normalmente no era así.

—Peque, ¿tienes hambre? —dijo Harry mirándolo, acariciando su mejilla con suavidad.

El bebé respondió con un berrido, que no podía considerarse ni siquiera intento de palabra.

Harry cogió entonces el peluche con forma de ciervo que le regaló, y empezó a moverlo delante de él, mientras le hacía carantoñas. Aquello pareció captar su atención, porque el pequeño empezó a mover las manos hacia el peluche y empezó a emitir berridos.

—¿Lo quieres? ¿Quieres el peluche?

El pequeño empezó a mover las manos con más insistencia, y Harry le acerco y luego le alejó el peluche. Aquello pareció molestarle un poco, y su cara era prueba de ello hasta que, de repente, el peluche llegó a sus manos.

Harry se quedó mirando sus manos, y luego, al bebé. Lo había movido. El bebé había movido el peluche. Ginny lo miraba igual de impresionada, mientras el bebé se dedicaba a abrazar el peluche, como si nada hubiera pasado.

Pero no era así. Había pasado algo muy importante. El bebé acababa de hacer magia. ¡Había hecho magia!

—Ha hecho magia —dijo Ginny, mirándolo impresionada, como si diciéndolo con palabras, lo confirmase.

No era para menos. Solo tenía cuatro meses. Harry todavía no se lo podía creer. Normalmente, los niños solían tener su primer brote de magia cuando tenían más de un año, ¡no con meses!

—Cuando James se entere, alucinará —dijo sin apartar la mirada de Oliver, que no era consciente de lo que había hecho.

—Y se cabreará por no haberlo visto, igual que Rachel —se quedó callada unos instantes, y apartó la mirada de ambos—, ¿cómo crees que estarán?

Papá por sorpresaWhere stories live. Discover now