Capítulo 38: Una aguja en un pajar

Comenzar desde el principio
                                    

—¿Y cómo cambiaría la situación si estuvieran metidos en algún lugar? —cuestiono.

Rupert suspira.

—Bueno, el peso. Es más probable que el peso de la caja o el contenedor haga que el mismo permanezca en el fondo marino casi sin moverse. Como los barcos piratas hundidos, pueden pasar siglos y van a permanecer en el mismo lugar. No obstante, no es lo mismo comparar un barco con una caja. Probablemente se ha movido, aunque sea un poco. Siglos de tormentas, mareas, olas. Las posibilidades de encontrarlos no serán muchas, pero, al menos, habrá oportunidad.

—Creo que están excluyendo un hecho importante —interviene Danielle—. Saber en qué parte del mar los lanzó. Las posibilidades se amplían aún más.

Por un momento el silencio reina en el comedor. Casi podría escuchar los engranajes unirse en la mente de cada uno.

—¿Y cómo podemos averiguarlo? —pregunta papá, rompiendo el silencio—. Si quiera saber si los metió en algún contenedor, o tener una ubicación aproximada.

—Creo que la única manera será indagar más en los diarios y cartas de Lord Aldrich —respondo, mientras observo el montón de papeles sobre la mesa. No quiero tener que descifrar la mente de un psicópata, no más—. Tal vez encontremos información. Sino...

Sino no pasa nada. La sola idea de decepcionar a Charles me rompe el corazón. ¿Qué pasaría después? ¿Él se quedaría conmigo hasta el día que yo muera, y luego continuaría vagando por el mundo? Esa idea no me gusta, es completamente inaceptable.

—Vamos a buscar en las cartas, los papeles y el diario. Si encontramos algo, podremos proceder —finalizo.

—¿Y ahora qué? —comenta Rupert—. Ya hemos hecho mucho, no creo que podamos hacer más... Es decir, si encontramos cualquier otra pista, ¿cómo pretendes que comencemos la búsqueda? No tenemos equipos especializados, ni siquiera un miserable bote.

Este es el momento en el que me arrepiento de no haber aceptado las clases de buceo a mamá, cuando ella moría por enseñarme. En ese entonces el mar me causaba pavor, y el hecho de hundirme varias decenas de metros en el fondo no se me hacía nada lindo.

—¡No! —exclamo con fuerza. Sí, siento que me rindo poco a poco, pero no es cualquier cosa la que está en mis manos, son las almas de cinco personas inocentes—. No deseo discutir sobre las nulas posibilidades que tenemos de encontrarlos, debe de haber alguna otra forma.

—¿Y qué forma propones, Emma? —pregunta papá mientras acomoda el cuadro de peras, que se encontraba levemente torcido—. Creo que olvidaste lo que una vez te mencioné... No somos más que una estudiante universitaria, un historiador de arte y un perro. —Voltea a mirar a Danielle y Rupert—, una bibliotecaria y un trabajador de la alcaldía. No somos aquellos cazadores de tesoros marinos con equipos súper especializados y costosos de los shows de Discovery Chanel.

La mención de aquellos programas de cazadores de tesoros marinos me trajo una idea a la mente. Sí que es cierto, no somos ellos. Ellos tienen barcos, radares, robots acuáticos que rastrean tesoros perdidos en barcos hundidos en los océanos. No somos nada de eso, pero no somos nosotros a quienes necesitamos. No nosotros.

Mi rostro se ilumina levemente ante la idea que acaba de surgirme. Papá frunce el ceño, como intentando descifrar qué pasa por mi mente. Parece adivinarlo y comienza a negar con rapidez.

—Ni se te ocurra —objeta a palabras que no he dicho—. Prometimos dejar atrás todo lo que tuviera que ver con ella, y eso incluye su trabajo y cualquier cosa relacionada.

Rupert y Danielle nos dan una mirada de confusión. No saben de qué hablamos, pero saben que algo ha surgido.

—Pero papá, estoy segura de que si estuviera viva nos apoyaría por completo.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora