Capítulo 36. Aliados y enemigos

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Lucy retrocedió de inmediato cuando escuchó el abrir de su celda. La pobre reina ahora tenía el comportamiento como un animal salvaje, pero aquello no le molestaba a Lucy, al contrario la llenaba de una nueva clase de energía, era un nuevo modelo, una nueva clase de poder que le encantaba cómo se sentía, y como a todo animal salvaje enjaulado, en cuanto pudiera escapar, saldría libre a implantar sus nuevas leyes.

—Átala—Peter le dió la orden a Caspian, quien de inmediato le siguió, tomando de golpe a Lucy, obligándola a voltear para atarle las manos.

—¡Podrán atarme y encarcelarme pero jamás quitarme mi trono y corona!—gritó Lucy desesperada—. Prefiero unirme a los muertos que encadenada a los locos. ¡USTEDES ESTÁN LOCOS!.

—¡Cállate!—gritó Peter y le colocó un saco en la bolsa el cual apretó fuertemente para intimidarla.

Fue entonces cuando Lucy sintió algo que no había sentido en un buen rato aquello que antes no había valorado del todo. La brisa de la libertad. Aunque traía el saco asfixiándole la cabeza podía sentir perfectamente la sensación  que había olvidado, el estar al exterior.

No supo cuánto tiempo pasó, no lo pudo contar, solo supo que habían llegado cuando su propio hermano la empujó y ella con desequilibrio calló contra el pasto.

—La soga—le pidió Peter a Caspian quien rápidamente la sacó de su bolsillo y se la entregó.

Lucy sintió la soga en sus muñecas, estaba tan ajustada que le quemaba la piel. Primero Peter le ató las muñecas y Caspian hizo lo mismo con sus pies.

De golpe Caspian le retiró el saco de la cabeza a Lucy y ella cerró los ojos en impulso contra el reflejo de la luz de la luna que por más mínimo que fuera, después de estar en las profundidades tanto tiempo, resultaba como la luz de un reflector de teatro.

—¡¿Qué me van a hacer?!—preguntó desesperada Lucy mientras intentó forcejear y patalear pero todo intento era en vano.

—De eso se encargarán los lobos—dijo Caspian con una sonrisa demente.

Lucy gritó y se sacudió cuando se percató de la carreta que estaba a un costado de ella, aquello le hizo perfectamente una idea de lo que le iban a hacer.

—¡ESTÁN LOCOS!—gritó con pánico Lucy—. ¡LOS ODIO, LOS ODIO!.

Caspian y Peter ataron a Lucy a la carretilla que habían dejado días atrás entre las profundidades del bosque de Beruna, la acostaron encima de esta y la dejaron ahí, a su completa soledad y suerte.

Lucy gritó lo más que pudo pero era en vano sabía que nadie la escucharía.

—Vámonos—determinó Peter y Caspian le siguió el paso.

Los reyes de Narnia se alejaron hasta perderse entre el bosque, mientras Lucy seguía retorciéndose desesperada entre las sogas que le quemaban la piel.

Lucy lo sabía bien, si los lobos no se la comían o la falta de agua y comida, el frío de la noche lo haría.

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