Con mucha duda y con el corazón latiéndome a mil desbloqueé el celular, busqué el video y lo reproduje. Le pasé el teléfono y ella comenzó a verlo.

Al principio todo estaba bien. Salíamos Adrik y yo sentados uno frente a otro. Leíamos y luego... ahí estaba el horror. Yo comenzaba a comportarme como una estúpida, él intentaba hacerme entrar en razón, yo le saltaba encima y al final nos besábamos. Para rematar, ni siquiera nos besábamos como personas normales que no sabían lo que estaban haciendo. ¡Nos besábamos como unos calenturientos que jamás habían tenido contacto físico! Lo peor era que se veía el bulto en el pantalón de Adrik. Sin olvidar que se escuchaba cuando hablábamos del incienso del demonio.

La profesora lo pausó en medio del beso.

Nos miró, curiosa y seria. Me ardía la cara por la vergüenza. Quería meterme debajo de una piedra y no salir jamás. Además, ya era raro teniendo a Adrik al lado. Más raro aún, él no parecía incómodo. Toda aquella situación me tenía temblando. No quería reprobar. Cualquier clase así fuera una extra, contaba en el promedio final.

—Lo siento tanto —me excusé, ultra apenada, esperan do que el verme patética ayudara en algo—. No era por completo yo... si nos da otra oportunidad...

Ella se reacomodó sobre su asiento y exhaló. Su expresión empeoraba mi estado. No parecía la profesora relajada de siempre. Su mirada había pasado a ser algo dura.

—Lo único que no puedo pasar por alto es el hecho de que se drogaron —soltó sin censura, con total reproche.

—No teníamos ni idea —le interrumpí, de nuevo recurriendo a lo que fuera para salvarme—. No es algo que yo haga. Me dijeron que era terapéutico. No lo sabía.

—¿Y el señor Cash no está más experimentado en todo? —inquirió ella, lanzando esa afilada pregunta directo hacia él.

Adrik se encogió de hombros. Maldición, quería coger el libro más grueso de los estantes y aventárselo en la frente. No parecía nada preocupado.

—Al principio no me di cuenta —aseguró Adrik con simpleza, con desinterés—. Y esa es la verdad.

La profesora esperó algo más, yo esperé algo más, pero él no dio señales de tener intención de agregar algo. Entonces ella suspiró como si estuviera decidiendo qué hacer con nosotros. Permanecí encogida en la silla, nerviosa. Quería hablar, quería seguir rogando, pero temí empeorarlo.

—Les pondré la nota mínima aprobatoria —dijo después de un minuto que me pareció eterno.

El mundo se me cayó a los pies.

—¿Qué? —emití en un jadeo de miedo y desconcierto—. Pero usted dijo que si le enseñaba el video podía...

—No puedo darles otra oportunidad —zanjó—. Si solo hubiera sido un desastre quizás sí, pero lo que vi está mal.

Claro que no habría sido Jude Derry si me quedaba con esa respuesta. De nuevo intenté convencerla. Recurrí a todos los métodos, pero no funcionó. Dijo que debíamos agradecer que nos ponía la nota mínima y no nos reprobaba. Al final salí de la biblioteca a zancadas apartando a la gente sin importarme quien fuera, furiosa conmigo misma, con la profesora, con el jodido mundo.

—Jude —me detuvo Adrik en uno de los pasillos.

—¡¿Qué?! —solté, me di vuelta y lo miré con los ojos llameantes de ira.

Él frunció el ceño y me observó con extrañeza. Lo único que le faltó fue decirme: oye, tranquilo viejo.

—¿Por qué estás molesta? No reprobamos —puntualizó.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora