Capítulo 9. Lado desconocido

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—Buenos días —dije, sirviéndome el desayuno, y bufé al ver que el único asiento libre estaba al lado de Frank.

Mis padres y Melina me respondieron con un «buenos días» al unísono mientras me sentaba.

—¿Qué tal estás?

Me volví hacia Frank y fruncí el ceño. Su amabilidad me indignó, pero recordé que mis padres estaban presentes y que, por lo tanto, tenía que actuar de la misma manera.

—Bien, gracias. ¿Y tú? —respondí, conteniéndome las ganas de darle una bofetada.

—Un poco desconcertado, pero bien.

Lo dijo en voz alta, con la intención de que todos en la mesa pudiera escucharlo.

—¿Desconcertado? —intervino mamá, curiosa.

—Anoche escuché ruidos —dijo, mirándome de reojo.

Idiota. Esperaba que no se le ocurriera contar lo que sucedió en mi habitación o me vería obligada a estamparle el desayuno en su cara, y no quería desperdiciar mi comida.

—¿Ruidos? Yo no oí nada —comentó Melina.

—Yo tampoco. Tal vez hay fantasmas —bromeé yo, golpeando la rodilla de Frank por debajo de la mesa.

—Claro, debe de ser eso —concluyó él, y me miró con una sonrisa de complicidad.

—Alexa, debo reconocer el esfuerzo que hiciste en el jardín. Estaba hecho un desastre —dijo mi padre, y agradecí el cambio repentino de tema.

Sonreí orgullosa y decidí darle crédito a la persona que estaba a mi lado.

—Frank me ayudó —comenté, e inmediatamente las miradas se posaron en él.

—No fue nada —dijo, alzando un hombro, y luego me guiño el ojo cuando mis padres retomaron su conversación.

***

Al finalizar el desayuno, papá dijo que tenía un viaje de negocios y que tenía que coger el avión la mañana siguiente. Cuando él y mi madre se fueron a trabajar, ayudé a recoger la mesa e insistí en lavar los platos, pero Melina dijo que lo haría ella. Así que acepté su oferta y subí a mi habitación.

Después de leer un par de capítulos, cerré el libro y lo dejé en la cómoda. Me dirigí a la ventana y corrí las cortinas para que entrara un poco más de luz. Por inercia, bajé la mirada al jardín y localicé a Frank, sentado en el balancín. Lo extraño era que estaba fumando un cigarrillo. Era la primera vez que lo veía fumar. Fruncí el ceño y salí de la habitación para ir al jardín.

—¿Qué haces? —pregunté, conforme me acercaba.

—Nada interesante —respondió con voz neutra.

Sinceramente, esperaba alguno de sus sarcasmos.

—No sabía que fumabas —dije con cautela mientras me sentaba a su lado.

—No suelo hacerlo —contestó, dejando salir el humo de su boca.

—¿Y por qué estás fumando ahora? —Sentía curiosidad por saber la razón. Pareció que mi pregunta lo incomodó, porque frunció el ceño y luego volvió su mirada al frente, dando otra calada al cigarrillo—. ¿Puedo probarlo?

—¿Has fumado antes? —arrugó la frente, mirándome como si fuera una niña de ocho años.

En la preparatoria, unos compañeros me tentaron a fumar y, cuando lo probé, comencé a toser como una anciana a punto de morir por enfisema pulmonar. Desde ese día no había vuelto a fumar. Odiaba el olor a tabaco, pero no tenía nada mejor que hacer.

—Claro —dije con naturalidad.

Él entrecerró los ojos.

—Mentirosa.

Me lanzó el humo directamente a la cara y yo empecé a toser sacudiendo las manos las manos en el aire.

—No me pasará nada por probarlo —dije cuando pude volver a respirar con normalidad.

—O puede que sí —me advirtió, mirando el árbol que estaba frente a nosotros.

—¿Entonces, por qué fumas tú? —insistí.

Estaba preparándome para escuchar algún comentario nuestra diferencia de edad, pero él se limitó a decir sin mirarme:

—Ansiedad.

—¿Tienes problemas de ansiedad? —pregunté, irónicamente.

—No exactamente —dijo muy serio.

—De todas maneras, no entiendo cómo puedes estar fumando con tanta tranquilidad. ¿Melina te deja?

Mis padres me darían una buena bronca si me vieran fumando.

—Tengo la edad suficiente para fumar, y, además, Melina no es mi madre —dijo, apartando la mirada.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté con preocupación. Lucía bastante decaído.

—Estoy pensando en mis padres.

Me quedé callada, recordando que mi madre me había contado que habían fallecido en un accidente de coche cuando Frank tenía trece años.

—Lo lamento mucho —murmuré en voz baja. Era pésima animando a las personas en estas situaciones. Sacudió la cabeza e intentó mostrar una sonrisa, pero no lo logró. Suspiró y se quedó pensativo. Noté cómo tragaba saliva.

—Es solo que... los echo de menos —susurró. Su voz estaba a punto de quebrarse.

Mi corazón se partió, sentí que se me destrozaba por dentro. Jamás pensé verlo así, tan conmocionado y triste. No llegué a pensar que detrás de ese chico arrogante, egocéntrico y divertido habitaba una persona dolida por la pérdida de sus padres. Resultaba difícil imaginar su dolor, pero debió de ser muy complicado para él asimilar algo así en una edad temprana. Pensar en la ausencia de mis padres causó un ardor en mis ojos.

Apagó el cigarrillo en un cenicero que había en una mesa próxima al balancín y permaneció con la mirada baja, tal vez avergonzado por mostrar debilidad ante mí. No podía seguir viéndolo así, y aunque quería saber un poco más, no iba a presionarle con el tema. Me acerqué a él, sin importarme cuál sería su reacción y lo abracé. Era lo único que podía hacer. Sentí tu cuerpo tensarse por unos segundos, pero después se volvió y me rodeó la cintura con sus brazos. Inclinó la cabeza en mi hombro y cerré los ojos mientras lo abrazaba. El calor que emanaba su cuerpo acariciaba el mío... Estaba dispuesta a seguir abrazándolo hasta que se sintiera mejor.

—Frank —la voz de Melina me trajo a la realidad.

Lentamente se separó de mí, y noté el frío en el espacio que ahora había entre nosotros. Bajé los brazos y los dejé caer en mi regazo.

—¿Sí? —Se aclaró la garganta.

—Necesito que me lleves a dejar unos catálogos, por favor —le pidió amablemente.

—Claro. —Se puso de pie, se sorbió la nariz con discreción y se giró hacia mí—. ¿Quieres acompañarnos?

Negué con la cabeza. No podía responder. Sentía un nudo en la garganta; estaba segura de que mi voz hubiera sonado rasposa. Lo vi alejarse, y Melina me sonrió levemente antes de irse. Debió de imaginar por qué estábamos abrazados. El rostro de Frank lo explicaba todo.

Sentía una sensación extraña en mi pecho y decidí quedarme un rato más en el jardín, mientras procesaba el hecho de que Frank hubiera compartido conmigo algo tan personal.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Where stories live. Discover now