Capítulo 30. «Magia de manos»

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—No hay tiempo para pensar en eso —respondió él, enseguida levantándose. Caminó hasta la proa del barco, alzó los brazos, y gritó—: ¡Deténte!

Al principio eso no pareció ayudar mucho, la tormenta siguió su curso incluso más fuerte que cuando se habían topado con ella.

Los rayos cayeron cada vez más rápido, como si la misma tempestad estuviera peleando con Skrain. Piperina imaginó gritos, protestas e insultos porque no, aquella enorme tempestad no quería irse.

—¡Detente! —volvió a gritar él. Esta vez su grito sonó mucho más estruendoso, incluso forzado. Las venas del cuello de Skrain estaban alzadas demostrando, incluso, el gran esfuerzo que estaba haciendo.

Pero él sentía que podía hacerlo. Sentía el poder de su fuerza y se esforzó por utilizarlo, lo que dió resultados enseguida.

Las nubes comenzaron a difuminarse, el cielo azul volviendo a hacerse presente. Los truenos dejaron de sonar, los rayos de caer. Skrain bajó los brazos y, débil, casi cae al suelo.

—¡Ayudénlo, se lo merece! —gritó Ranik, que apenas si podía detenerse porque tenía que forzar las cuerdas del barco y poner todo en su lugar.

Dos chicos fueron hasta él, lo tomaron en brazos y lo ayudaron a volver a su camarote. Por su parte, uno de los chicos gritó:

—¡Señor Ranik, veo tierra!

No era necesario que se lo dijeran, él lo había visto ya con su gran visión, la tormenta había despejado las nubes, el sol había comenzado a brillar.

Habían llegado, el clima se había compuesto y el torneo estaba a punto de seguir.

Amaris había imaginado que notarían su ausencia en las cenas y reuniones, pero no que generaría tanto revuelo

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Amaris había imaginado que notarían su ausencia en las cenas y reuniones, pero no que generaría tanto revuelo.

Al regresar su madre solicitó una audiencia tanto con ella como con Piperina en obvia demostración de su preocupación.

Todos habían especulado sobre la desaparición de las princesas, varios nobles incluso estaban diciendo que el príncipe Zedric y Amaris habían huido para casarse en secreto.

Era una idea ridícula, pero era más ridículo que su madre, la gran Ailiah, la supuesta persona más sabia de Erydas, lo hubiera creído.

—¡Es difícil! —dijo ella, furiosa—. Hay rumores sobre nosotros, se dice que intentamos matar al príncipe y que mi intento de casarlo con Amaris es mi último recurso para conseguir la paz. ¡Qué ridículo!

—Madre —rogó Amaris—, no me casé con él, no estuve ni cerca de hacerlo. Sólo estoy intentando junto con Zedric conseguir esta arma y detener la guerra. Nada más que eso.

La Ailiah suspiró. Piperina, Amaris, y Alannah intercambiaron miradas nerviosas, nunca habían visto a su madre tan furiosa, al menos no con ellas.

Cantos de Luna.Where stories live. Discover now