Capítulo XXII. «Ganadoras»

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La última isla, Urkus, era sin duda alguna la más impresionante de todas las que rodeaban a la gran isla real. Lo que más la caracterizaba era el volcán que se encontraba justo en el norte de ella, grande y activo. En el sur, por otra parte, había espaciosos caminos hechos de piedra dura, gruesa, y oscura, que llevaban al palacio que estaba sobre él.

Se trataba del palacio de los sabios, una de las edificaciones más grandes y con más historia de Erydas. Los caminos eran grandes y forjados de un material hechizado para nunca quemarse o deshacerse, su apariencia semejante a marfil coloreado de rojo. Por su parte, el palacio era rojo y dorado, distintas texturas adornándolo y haciéndolo ver más vistoso.

Era espacioso, tanto como un espacio sobre una montaña tenía que ser. La explanada de lucha, su ubicación más característica, era el lugar donde se llevarían las peleas a cabo.

Los sabios, sus habitantes, eran muy influyentes en el Reino Sol. Eran personas poderosas que dejaban su vida para dedicarse a servir al reino de por vida. Se trataba de los más poderosos, con habilidades para leer la mente y luchar con fluidez. Duraban en su puesto todo lo que durara su vida, entrenando y haciéndose más y más fuertes.

—Es hermoso —dijo Amaris, apreciando lo diferente que era de su tierra natal y sintiendo la calidez del aire rodearla por completo.

—Efectivamente, ¿Estás bien? —preguntó Ranik, que se había pocisionado a su lado.

—No tanto como me gustaría. Mi madre misma ve lo que me sucedió como algo banal, y Zara...

—Te entiendo, créeme —dijo él, el aire conocedor de su voz demostró, también, un poco de melancolía—. Es difícil conseguir que un noble pague por sus crímenes, por más que el gobierno diga que es justo.

—Eso es precisamente lo que me molesta —agregó Amaris.

—Entonces apreciemos la naturaleza, lo que nos queda.

Ambos observaron el lugar desde el barco de Ranik, un silencio cómodo que hablaba sobre la belleza de Erydas. Por la noche los barcos de todos los nobles habían zarpado hacia su siguiente destino, aquella isla. Ranik se había ofrecido a llevar a todos los de su pequeño grupo, una alianza que seguía vigente a pesar de todo.

Zedric, por su parte, se había marchado desde que la plática había finalizado para ir a buscar a Sir Lanchman. Por más que lo había buscado, incluso en la isla real, no había dado con su ubicación.

El primer combate estaba cerca. Piperina había rememorado las tácticas de lucha en la mañana, mientras que Adaliah, confiada, se había mantenido durmiendo la mayor parte de su viaje, con la idea de que derrotaría a Piperina en un abrir y cerrar de ojos.

Para el medio día todos se habían instalado en la isla, e incluso ya estaban preparándose para la lucha. Piperina estaba nerviosa, a la expectativa de lo que se avecinaba. Por su parte, Amaris trató de consolarla, de hacerle ver que tenía las mismas posibilidades que su hermana mayor.

—Puedes con ella, conoces sus movimientos y ataques mejor que nadie —dijo. Ambas estaban en los cuartos de preparación, a la espera de que llamaran a Piperina para combatir. Era un pequeño cuarto con armaduras y armas de todo tipo administradas tanto por el reino Luna como por el Sol.

Las reglas de combate eran simples. Se debía luchar con fluidez, usando el arma de su preferencia, pero sin herir a matar intencionalmente. Ese sería el primer capítulo de la lucha.

En el segundo, se haría un combate cuerpo a cuerpo. Con la capacidad de usar habilidades y fuerza.

En el tercero, (si es que alguno de los dos contrincantes no se rendía antes), no podría usarse ninguna habilidad, arma, sino que sólo importaba el combate y el que derribara o hiciera rendirse antes al otro.

Cantos de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora