Capítulo 37. «Confrontación»

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Las visiones de Amaris generalmente eran parecidas entre sí.

Algunas eran sólo imágenes que veía mientras estaba despierta, esbozos de algo a punto de suceder.

Otras las veía cuando estaba desmayada, generalmente viajes al pasado y que experimentaba en un estado fantasmal.

Las más tenebrosas eran las que venían cuando estaba soñando. Esas eran difíciles porque, generalmente, todas eran visiones del futuro. Y, aun cuando se tratara de personas que Amaris no conocía, —tenía muchas de esas visiones—, seguía siendo doloroso sentir todos y cada uno de los sentimientos y pesares de las personas a las que veía.

La visión que abrumó a Amaris en el campo de batalla fue una de las más dolorosas que tendría en toda su vida, y totalmente distinta a las demás que había tenido.

Lo primero que Amaris notó es que no veía nada.

Estaba en algún lugar, alguna habitación, y no había nada de luz. Lo único que podía oír eran gemidos, tristes lamentos, gritos de protesta.

—¡No! ¡Amaris! —un grito de pleno dolor resonó por el lugar. Amaris reconoció enseguida ese tono áspero y un poco bajo, sabiendo que era Zedric el que la llamaba con aflicción. 

—¡Por aquí! —gritó ella, tratando de llamarlo—. ¡¿No puedes encender tú fuego para alumbrarnos?!

—No, no puedo. Estoy seco. Todos lo estamos —respondió Zedric. Amaris trató de agudizar su oído, de acercarse a su voz, que no parecía tan lejana.

Sólo entonces notó lo que hacía distinta esa visión de todas las demás. Estaba en su mismo cuerpo, en alguna parte del futuro.

Amaris se detuvo en seco. Zedric seguía quejándose, su voz resonaba en la oscuridad. Había otras más también, pero todas parecían demasiado lejanas.

Aprecia esto, hija, es un regalo de mi parte —susurró una voz en sus oídos antes de que Amaris consiguiera llegar hasta Zedric.

Reconoció que era él al escuchar sus gemidos. Se acercó, tocando su barbilla, y susurró:

—Ya estoy aquí.

Amaris solo podía sentirlo a él. Generalmente sentía a todos en sus visiones, pero los otros gemidos y gritos estaban demasiado lejos.

Zedric se sentía atemorizado. Estaba viendo algo que no lo dejaba salir de su letargo. Sus peores miedos.

—Sé que algo nos está probando —le dijo a Amaris con palabras ahogadas. La tomó en sus brazos e hincó la barbilla en su cabello, transmitiéndole su calor—. Nos está probando a todos, nos está haciendo ver lo peor de nosotros, nuestros peores miedos. Y sé, también, que vienes del pasado. Recuérdalo, adviértenos. Yo... —la apretó entre sus brazos—
Te amo.

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