Capítulo 27

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– ¡No lo puedo creer! ¡Saliste con Elliot! – Alanís daba saltitos en su sitio – y tú que decías que no pasaba nada.

– Fue una salida para recompensarme por no quedarse en mi cumpleaños, solo fue por eso.

– Tuviste tu primera cita, ¡qué emoción!

– No fue una cita, fue una simple salida de amigos, ¿por qué mi madre y tú no lo entienden?

– Me hubiera encantado estar ahí, te habría ayudado a arreglarte para que te veas más guapa – a mi amiga le emocionaba estos temas tanto o más que a mi madre.

Aquel día después de que Elliot y su madre se fueron, mi madre me hizo las mil preguntas de que habíamos hecho en nuestra salida, me sorprendía la insistencia y su emoción. Imagino que Elliot habrá estado en la misma situación que yo, teniendo en cuenta que nuestras madres son casi parecidas. Lo que me llevaba a cuestionarme, ¿qué es lo que imaginan ambas mujeres?

– Tu primera cita...

– Que no fue una cita, ¿cuántas veces tengo que repetirlo?

– Cuéntame que más hicieron – ¿acaso me estaba ignorando?

– Alanís, relájate – me tiré en su cama – no es como imaginas, fue una salida de amigos. Y si nos divertimos mucho, ah y también prejuzgué a Elliot y me siento mal por ello. Resulta que ese día que lo conocí por primera vez, donde me tiró al piso, no fue por algo malo, sino más bien trataba de ayudar a una señora que acababa de ser robada. Él solo trató de alcanzar al ladrón, pero aparecí en su camino frustrando la persecución.

– Oh...

– Me sentí tan mal y fastidiada conmigo misma por estar todo este tiempo haciéndole mala cara, solo por pensar en otra cosa y por mis dulces, no puedo creer que fui demasiado infantil.

Si tan solo hubiera salido unos segundos después, Elliot habría alcanzado al ladrón y nuestro comienzo no hubiera sido tan desastroso.

– Pero ya todo se aclaró y ahora se llevan mucho mejor.

– Si, eso sí.

– ¿Piensan salir nuevamente?

– No, no lo creo. Solo salimos como recompensa por no quedarse ese día.

– Ah, bueno... por cierto, ¿te comentó algo sobre ese día? ¿Sabes a dónde se fueron él y Matthew?

– No, solo me comentó que le surgió algo.

– Oh...

– Hablando sobre eso, ese día te vi muy cercana a Benjamín, no tenía idea que se llevaran tan bien.

– Él me cae muy bien, es un buen chico y educado, pero ese día estuvo muy apegado a mí, y no quise ser grosera así que le seguí la conversación – si supiera que mi hermanito tenía una cara de los mil demonios.

– ¿Entonces no hay nada entre ustedes? ¿Ni siquiera un gusto? – negó.

– No, solo me cae bien, eso es todo.

– En mi opinión creo que por parte de él no parece ser así, todo el tiempo mantuvo su mirada en ti.

– Si, pero por mi lado no ocurrirá nada.

– Ya lo veremos.

Otra tarde más que las horas pasaban volando, como dicen, cuando más te diviertes sientes que el tiempo vuela, ¿no han sentido que cuando quieren que los minutos pasen más rápido ocurre lo contrario?, el tiempo se hace eterno y sientes que no tiene fin. En cambio, cuando te diviertes y quieres que los minutos se alarguen sucede lo contrario, los minutos y las horas pasan en un parpadeo. Esto me sucedía siempre que venía a visitar a mi amiga, las horas se pasaban volando.

A las cinco en punto de la tarde me despedí de mi hermana del alma y me dirigí a casa; estaba tranquila, ya que en las calles aún había gente caminando.

Al llegar a casa todo estaba en silencio, sería bueno que fuera así, pero la realidad es otra. Tener un pequeño hotel trae el bullicio, las personas entraban, salían, conversaban, reían, los niños gritaban, corrían, en fin, no había paz.

Me despojo del abrigo y lo guardo en el pequeño armario de la entrada, me disponía a subir a mi habitación, pero visualicé a Matthew sentado en la sala, lucía perdido en sus pensamientos. Esta podría ser mi oportunidad para sacarme las dudas que venían inquietándome desde hace algún tiempo.

– Matthew – lo llamé, pero no me escuchaba, tenía la mirada puesta en la nada.

¿En qué tanto piensas, hermano?

– ¡Matthew!

Le di un pequeño golpe en la espalda, logrando que salte de su sitio.

– Casi me matas del susto Alice, no lo vuelvas hacer – dijo mientras se agarraba el pecho.

– Estuve llamándote, pero no me hacías caso. ¿En qué tanto meditas?

– En nada, cosas mías – le restó importancia.

– Bien, no insistiré. Solo quiero hacerte algunas preguntas y quiero que seas sincero.

– Adelante, pregunta, pero responderé las que yo crea conveniente – asentí.

Si ese es el caso tendría que ser directa.

– ¿Estas interesado en Alanís?


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