Capítulo 28. «Trato»

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—¿Qué pasó? —dijo uno de los tipos de afuera. Connor supo que era su momento, así que tomó su forma normal, las llaves, (que estaban colgadas cerca del blanquito para los guardias), y abrió la celda de Piperina, —la más cercana—, justo antes de que el guardia que iba a quedarse a vigilar entrara.

Este se detuvo instantáneamente al ver el motín que se estaba formando. Blandió su espada,  valiente, y soltó un sonoro grito pidiendo ayuda que comenzó a llegar inmediatamente.

Piperina no era un rival fácil de derrotar. Siempre había tenido una fuerza magnífica, buenos reflejos y un combate cuerpo a cuerpo excelente, lo que hizo que una vez libre supiera evadir las estocadas del guardia lo suficientemente rápido para cortar el espacio entre ellos y tomar su espada por el mango para arrebatársela. Los ojos del chico se hiperextendieron al ver el aprieto en el que estaba, momento que Piperina aprovechó para darle un cabezazo que lo hizo caer al suelo en seco.

Para ese momento Connor ya había liberado a Nathan, que, creyendo que ya estaba libre y la magia no haría efecto en él, estiró sus manos en un intento de recorrer a los guardias lo más lejos que fuera posible. Su magia no funcionó, en vez de eso estuvo a punto de recibir una estocada de uno de los guardias que intentaban mantenerlos a raya.

Piperina tomó la espada de ese guardia antes de que impactara en Nathan, acto seguido lo pateó con todas sus fuerza haciéndolo doblarse de dolor.

—Maldita sea —gruñó otro de los guardias. Era un hombre alto y fuerte y corría hacia ellos con una valentía impresionante con tres hombres a sus costados.

Piperina y Nathan los recibieron con fuerza, cada vez avanzando más y ganando terreno para que Connor pudiera abrir las celdas. La siguiente en salir fue Alannah, les siguieron Triya y Ailum.

Nathan y Ailum fueron los que, con su fuerza y dura resistencia, avanzaron y empujaron a los guardias lo suficiente como para que pudieran salir de la cárcel.

Sus habilidades regresaron al instante, lo que revivió aun más su vivacidad y fuerza, cosa que les serviría de mucho porque enseguida más o menos una docena de guardias y su líder, el chico que se había llevado a Zedric de la celda, se agruparon frente a ellos y los rodearon.

El chico, fuera quien fuera, se veía intimidante. Tenía la misma altura que Nathan, solo uno o dos centímetros por debajo de Ailum, pero su cuerpo lucía tan esculpido y fornido que parecía que rompería en dos a cualquiera que se le acercara.

—¡Ahora! —gritó Nathan. Él y Ailum crearon una barrera de fuego hacia los bordes para impedir que los guardias se acercaran lo suficiente y dejar a las chicas salir.

Pero, por más que se esforzaron en mantener el fuego vivo, el chico se acercó a ellos pasándolo sin que lo dañara y, de un aplauso, lo apagó.

Era un brujo, pero parecía que las supersticiones eran completamente reales en cuanto a él. Como si el propio fuego, la luz, huyera de él, la oscuridad.

El hombre llegó y comenzó a luchar con Ailum. Los grandes siempre lo elegían por su apariencia fuerte, aun cuando Nathan fuera más poderoso que él.

El chico no usaba ninguna arma. Era tan bueno como para saber dar el golpe exacto en el momento exacto y, al mismo tiempo, ir cortando distancia entre él y Ailum.

Nathan prefirió ir por los demás guardias. Cenizó a uno, a dos, a tres. Estaba a punto de avanzar más cuando Triya lo detuvo por la muñeca y murmuró:

—No seas tan cruel. Alannah usará su magia de hielo para encadenarlos.

Nathan soltó un gruñido, pero asintió. Prefirió tratar de ayudar a Ailum, que después de menos de un minuto estaba recibiendo una gran paliza. El chico lo había dejado en el suelo, Ailum sangraba y el chico no dejaba de darle patadas intentando que se rindiera.

Cantos de Luna.Onde histórias criam vida. Descubra agora