Capítulo 27. «Espíritu»

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Ranik fue hasta Amaris y le quitó también su collar, los tres se pusieron en posición de ataque, listos para defenderse.

Pero se trataba del doble de Albas contra ellos y tenían mucha versatibilidad con sus habilidades.

Un ejemplo es el momento en que Ranik intentó detener a dos de los magos mandando varias estacas de hielo que ambos detuvieron y mandaron en dirección a Zedric.

Zedric luchaba con uñas y dientes con la mujer desconcertó el lugar. Era buena evadiendo su fuego, pero no tenía mucha agilidad o control de sus movimientos. 

Cuando Zedric creyó haber tenido una ventaja sobre ella, las estacas se dirigieron hacia él, asesinas. Amaris, viéndolo antes de que sucediera, gritó:

—¡Zedric, muévete!

El mencionado apenas si tuvo tiempo se evadirlas de un rápido movimiento. Las estacas, en vez de llegar hasta él, impactaron en el cuerpo de la líder.

—¡Malena! —gritó uno de los chicos que luchaba con Ranik, dejando al instante la pelea para ir y arrodillarse frente a ella.

Dos muertes en un mismo día.

Esto quemó dentro de Amaris, desatando su poder inmediatamente. No podía soportar tanta muerte, en especial en el momento que divisó un futuro que nunca sucedió.

Se vió a ella misma escuchando lo que aquel pordiosero tenía en mente en vez de asesinarlo. Este le decía que conocía a Sir Lanchman y que si le llevaba a sus aliados seguro le daría una recompensa y lo protegería de los demás.

Habría evitado llegar a la rara fuente, el cautiverio y la lucha sin sentido.

Estaba abrumada por lo que había visto, pero no sólo por eso. Había dos lados de ella luchando por tener el control de su mente, lo que le dificultaba muchísimo concentrarse.

Primero estaba la culpa. La dolorosa sensación de haber cometido un terrible e impensable error.

Luego estaba el lado de la Luna. El lado en el que estaba más conectada con ella de lo que nunca lo había estado, el lado que quería hacerla sentir que esa muerte había sido por algo, que no era un error.

Esos dos lados de su mente no dejaban de agobiarla, hacían que le doliera todo sin razón aparente.

Amaris se inclinó en el suelo, dolorida. Había perdido el control de ella misma, sentía que algo estaba tratando de poseerla y tomar control de su cuerpo. Era un espíritu, un espíritu muy fuerte al que sintió infiltrarse en su mente de forma brusca y áspera, incluso dolorosa.

—Maldita sea —gruñó Zedric, que veía todo lo que ella estaba sintiendo. Era demasiado y no sabía como la débil Amaris lo estaba soportando.

Otras visiones, todas dolorosas, abrumaron a Amaris.

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