Capítulo 8 | Humillación |

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*Editado 21/10/2018

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Era imposible, completamente imposible, y ya la pobre Lyarra no sabía qué hacer ni cómo actuar. Durante los días transcurridos lo había intentado, los dioses sabían que lo había intentado, pero nada funcionaba sinceramente.

Tal vez era su culpa, sí, definitivamente debía ser su culpa. Ella fue criada por su abuelo y crecido en compañía de su hermano pero nunca tuvo a su madre para que le enseñara cómo comportarse frente a un caballero, y mucho menos con su prometido. Ella debía estar actuando mal, seguramente era eso y por eso el joven Lord Stark la ignoraba de tal manera que incluso estaba dudando de su propia existencia.

Había usado sus vestidos más bellos, peinaba y decoraba su cabello constantemente con joyas y flores que encontraba por los jardines; también entabló relaciones con su familia, incluso con Jon y su amigo Theon que parecían ser las personas más importantes e influyentes en Robb, pero tampoco obtuvo resultado en ello. Inclusive hubo una vez que intentó acercarse a su lobo huargo, pero Viento Gris terminó por gruñirle y casi morderle la mano, así que eso tampoco lo intentó más.

De todas formas pensaba que sus intentos eran superficiales y bordeaban lo tonto, o por lo menos la mayoría de ellos, y ella no era así. Simplemente había estado sintiéndose desesperada y desolada en ese lugar sin su abuelo y sus verdaderas amistades, y siendo tan fríamente ignorada por el que sería el hombre con el que compartiría su vida.

Tampoco quería parecer o comportarse como una malagradecida, porque no lo era, y después de todo disfrutaba muchísimo de la compañía de Lady Sansa, Lady Catelyn y los más pequeños Stark; pero aun así existían días, esos en los que el sol no pensaba hacerse aparecer por entre las oscuras nubes amenazantes llenas de agua, en lo que no podía luchar contra su tristeza.

Pobre Lyarra, cuánto añoraba Castillo Viejo y lo que era su antigua vida allá. Todo era más simple, más tranquilo y todos la querían; no decía que en Invernalia no la quisiera, porque si lo hacían y de hecho ya la adoraban, pero no quien más debía hacerlo. Se suponía que con el pasar de los días esa áspera actitud del heredero de Invernalia desaparecería, ella incluso había sido paciente, muy paciente con respecto a él y su manera pero nada de eso pasó, incluso a su parecer solo incrementó.

Pero su personalidad tan luminosa y pura no le permitía sentirse del todo mal, Lyarra siempre lograba encontrar luz y bondad en donde solo parecía reinar la oscuridad; y ella, a pesar de su desdichada situación, era feliz viendo como la relación de su amado hermano y de su querida amiga iba creciendo y creciendo día a día. Sansa se veía más feliz, sonriente y ya parecía enamorada, Edric por su parte se veía complacido. Lya lo conocía y sabía que pronto comenzaría a florecer el amor en su corazón, o eso esperaba, porque creía que ambos se merecían totalmente. Por ellos dos y su futura relación es que Lyarra pedía cada noche a los Dioses.

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