Capítulo Uno

281 20 1
                                    

Capítulo Uno
"El verdadero día para recordar"

Me sobresalté por las malas palabras que mi madre gritaba. Rodé los ojos y sonreí, me encantaba escucharla cuando manejaba. A veces decía algunas palabrotas que ni yo, a mis veinte años de edad, había escuchado.

Le sacó el dedo de en medio a un ciclista que dobló por el carril equivocado y yo traté de fusionarme con el asiento para que nadie supiera que esta loca al volante tenía compañía.

La verdad era que estaba aburrida e incluso algo melancólica, y no sentía que hoy era uno de los mejores días. Las mangas del buzo que estaba usando me cubrían las manos y la capucha estaba sobre mi cabeza. Soplé un pelo que se posaba en mi nariz a cada respiración y me causaba cosquillas.

Miré por décima vez a través de la ventana del auto, viendo como el día se tornaba cada vez más gris. Las gotas de agua se escurrían por el vidrio, cayendo despacio y formando una llovizna fría y sobria que te eriza los vellos del cuerpo al contacto con la piel.

Las gotas iban tan despacio como el tráfico en el que estábamos.

El auto se movía a paso de hombre y los bocinazos retumbaban por todos lados. Mi mamá, que iba manejando, hacía varias señas obscenas con los dedos a los conductores que hacían lo que no debían. Suspiré y me apoyé aún más en el respaldar. Mamá, para sacar conversación, puso una mano en mi pierna y me sonrió.

-¿Estás nerviosa?

La miré y le sonreí un poco. No podía tratarla mal, jamás lo hice y nunca lo voy a hacer, pero eso no me evitaba ser un poco irónica y tratar de sacarla de sus casillas, como pasaba bastante seguido. Entonces, sonreí forzosamente.

-No sabés cuánto.

Parecía una nena de seis años que no quería ir al dentista. Me sentía incómoda y poco confiada con la situación, haciendo notable mi revoltijo sobre el asiento y el manojo de nervios que era.

Me miró con reproche y yo me achiqué de hombros.

-Sabés que lo hacemos porque te amamos, ¿no? Hasta tu hermano quiere que vayas. Sabe que te va a ayudar. Vas a poder crecer más, como cantante y como pianista.

Las aletas de mi nariz salieron a la luz en un claro signo de enojo e impotencia. A su vez, apreté la mandíbula cuando le tocó un bocinazo a un peatón que se cruzó en el semáforo verde. Reí cuando le sacó el dedo del medio, pero me decepcioné cuando el auto arrancó de nuevo. Claro, porque me imagino que Lucca sabe muchísimo sobre piano, ¿no? Mi ojo izquierdo amenazaba con temblar de la raia e impotencia que estaba experimentando en ese momento. No quería ir, no quería que nadie me enseñe a tocar el piano. Yo ya sabía cómo, era una de las mejores en estos tiempos. Tenía miles de seguidores en mis páginas y era reconocida a nivel país, y pronto lo iba a ser a nivel mundial. ¿Cuál era la necesidad de mandarme a tomar clases? ¿Había algo que todos veían menos yo? Hasta mi abuela estaba contenta con la idea de que 2experimentara cosas nuevas2. Sus palabras, no las mías.

Aparte, eso era estúpido, yo ya sabía tocarlo y como pocos podían, sin querer alardear demasiado. El piano era mi vida, el piano era lo que yo quería hacer el resto de mi vida. Y no me iba a permitir que alguien me anduviera diciendo cómo tenía que tocar una tecla. El único que podía hacer eso, era el abuelo. Nadie más. Nunca había ido a clases particulares porque, hasta mediado de mis doce años, tenía a mi abuelo que funcionaba perfectamente como profesor particular.

Cuando él murió, yo ya sabía lo básico y mucho más. Seguí tocando sola, sin ningún tipo de ayuda. Sacaba las canciones que quería a oído, no es tan difícil como parece. Lo manejaba como una extensión de mi, y lo trataba como a un pequeño perrito: con cuidado, despacio, y con cariño.

Par De Opuestos -EN PROCESO-Where stories live. Discover now