Two.

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El recuerdo más lejano de Camila, quizá cuando tenía dos o tres años, era la maciza figura de Miss Cowell irguiéndose amenazadora sobre ella que jugaba en el piso del dormitorio con una andrajosa muñeca.

—¡Levántate de ahí! ¡Estás ensuciando el vestido limpio que tienes! —gritó Miss Cowell, una mujer regordeta, de facciones hinchadas y cabello corto y rizado.

Tomó a la niña de los brazos y poniéndola de pie le administró una docena de golpes en el trasero con una paleta que tenía en la mano. Pero Camila no lloró. Aún siendo una chiquita nunca lloró cuando Miss Cowell le pegaba, lo que enfurecía a la mujer.

Como Camila era la más valiente y la más inteligente de las chicas del orfanato, Miss Cowell la odiaba más que a ninguna de las que tuvo a su cargo durante sus veintitrés años de administradora. «Domaré a esa chiquilina» se decía, y constantemente le daba los peores trabajos: recipientes y ollas engrasados para lavar en el sótano donde estaba situada la cocina, vidrios sucios que limpiar, pisos que tenía que refregar de rodillas... Pero Camila no dejó nunca que su espíritu se doblegara y llevaba a Miss Cowell al paroxismo de la furia realizando cada nuevo trabajo con una afable sonrisa. Peor era la tarea y más amplia era su sonrisa, mientras murmuraba:

—Nunca me daré por vencida.

A medida que pasaban los años Camila se fue acostumbrando a la rutina del orfanato. Cada mañana a las seis el agudo sonido del silbato de Miss Cowell despertaba a las huérfanas.

—¡Arriba, arriba, condenadas huérfanas! —gritaba la administradora.

Una breve ducha fría y enseguida se vestían. Una vez tendidas las camas y barrido el dormitorio, las niñas bajaban a tomar el desayuno al primer piso, donde estaba el comedor.

—¡No hablen! —ordenaba Miss Cowell.

Silenciosas, las chicas se sentaban  en duros bancos de madera a la mesa donde la mujer les servía el desayuno. 

Por más que se esforzaba Camila no podía recordar otro desayuno en el orfanato: un vaso de azulada leche descremada y un tazón de gachas calientes. Las gachas, cocinadas por Miss Cowell, eran de color gris ratón y formaban un mazacote informe. Cuando recién llegadas al orfanato las chicas probaron las gachas, muchas no llegaron a tragar más de una cucharada. Con el tiempo sin embargo tuvieron que acostumbrarse. Porque en el desayuno del orfanato había que elegir: o comer gachas o ayunar.

Después del desayuno las actividades del orfanato variaban según hubiera  o no clase en la escuela pública. Si la había, Miss Cowell marchaba con las chicas hasta la escuela de torres victorianas de ladrillo rojo que estaba en la esquina de St. Mark's Place y la Tercera Avenida. Las huérfanas permanecían allí hasta las cuatro, hora en que las iba a buscar la administradora y las llevaba de regreso al orfanato. Si no había clase, no bien terminaban el desayuno las huérfanas tenían que bajar a la sala de trabajo en el sótano donde se sentaban a máquinas de coser dispuestas en fila para hacer vestidos para niñas. En sus días de trabajo las chicas cosían durante ocho horas, con veinte minutos de descanso para almorzar (otro vaso de leche y un sándwich de jamón flaco o mortadela). Para el fin del día cada huérfana debía tener, por lo menos, un vestido terminado. Sino, tenía que vérselas con Miss Cowell y su vara.

Los vestidos que confeccionaban, vaporosos y de brillantes colores, formaban un marcado contraste con los parduscos y remendados delantales que usaban las huérfanas. Miss Cowell había arreglado con una casa de ropa para niñas de Brooklyn que les suministrara las máquinas de coser y la materia prima, y ella le entregaba los vestidos terminados por cincuenta centavos cada uno.

La mayoría de las semanas la mujer ganaba alrededor de treinta dólares con los trabajos de las huérfanas. Por supuesto que no se sabía que éstas trabajaban, y si el director del Orfanato Central de New York, Mr. Donatelli, hubiera sabido lo que Miss Cowell las obligaba a hacer la hubiera despedido enseguida. Pero nadie había ido a inspeccionar la sección Niñas desde hacía más de quince años. Y Miss Cowell justificaba lo que hacía diciéndose que con ello enseñaba a las huérfanas un oficio.

Camila || Book #1Where stories live. Discover now