Capítulo 10: Sorpresa.

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—¡No es feo! —exclamó ella, malhumorada.

—¿Esa de ahí no es la Srta. Ivy? —señaló las fotografías dentro del baúl.

Baby Doe quiso cerrar su tesoro, pero los niños se lo impidieron cuando la acorralaron para atisbar sus pertenencias. Ella comenzó a gritarles e intentar que se alejasen de sus cosas, pero lo único que obtuvo fue un fuerte empujón haciendo que cayese de bruces contra el piso. Los infantes la miraron cuando ella sollozó en el suelo.

—¿Estás llorando? ¡Llorica! Ni siquiera te he dado fuerte.

La pequeña no respondió. Escondió su mirada en el suelo sin entender la situación. Eran sus amigos y se estaban burlando de ella.

—¿Sabes que la Srta. Ivy está muerta? —inquirió uno de ellos con diversión.

Baby Doe alzó la vista, temerosa.

—¡Cállate! —voceó.

—¡Ivy está muerta! ¡Ivy está muerta! ¡Ivy está muerta! —decían al unísono, en una entonación divertida e infantil.

—¡Cállanse, estúpidos! ¡Ojalá el monstruo de debajo de sus camas se los coman como si fueran insectos!

Los niños se miraron cómplices, como si las palabras de ella hubieran invocado al tan innombrable «Coco», el famoso monstruo que solía causar terribles pesadillas en la niñez de muchos.

—¡Loca! ¡«El Coco» no se menciona! ¡Llorica estúpida!

Baby Doe estudió su número de paciente y su nombre. Aquel niño tenía la voz cantante en su pequeño grupo de amigos, y saber muy bien sus datos podría perjudicarlo en un futuro. Puede que fuese una chica de lágrima fácil, pero también era fuerte cuando un acto le impulsaba a ello.

—La llorica no seré yo cuando El Coco les haga hacer pis del miedo.

Los infantes quisieron abuchear más a la niña, pero Vincent se presentó en la sala de juegos, callando las voces y los insultos. El hombre colocó una expresión fría, intimidando a los más pequeños.

—Dado en el psiquiátrico que estáis, no es recomendable ser el abusón del grupo sabiendo la clase de castigos que podéis tener si se portan muy mal —habló él, taciturno.

—¡Dr. Krood, ella ha empezado!

—Mentir también puede suponer un castigo, Uriel.

El niño infló sus mofletes, indignado.

—¿Qué es esto, entonces? ¿El infierno? ¡Está lleno de castigos!

—¿Dónde crees que van los niños malos? A El Coco le gusta los niños como tú, Uriel.

«Irónico nombre para un niño mezquino», dijo Shaddy.

—¡El Coco no existe! —exclamó uno de los infantes, tratando de creerse así mismo.

—Vámonos... —murmuró Uriel, alejándose del psiquiatra.

La pequeña estaba guardando las pertenencias de su baúl, que los varones habían esparcido por toda la sala. Había dejado de llorar.

—Gracias por defenderme, Dr. Krood.

—De nada.

—¿Ve? Se han reído de mí por verme llorar. Todos se burlan cuando ven a una persona llorar.

—Se burlan aquellos que no sienten aflicción por la víctima en lágrimas. Prefieren burlarse, que meterse en su piel. Quizas porque los remordimientos les haría sentirse culpables, y empatizar no es algo que muchos desean. La mezquindad es horrible.

Shaddy ©Where stories live. Discover now