Capítulo 10: Sorpresa.

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Vincent miraba la llave de la casa de Katrina, absorto. No pudo lograr comprender en qué maldito momento de la noche Shaddy le metió las llaves en los bolsillos. No había sentido sus huesudas manos en su pantalón, ni siquiera recordaba cuándo lo hizo. Claro que el hecho de que su memoria no funcionase como era debido le hacía cuestionar la razón de todo.

Su monstruo continuó mirándolo, con sus enormes cuencas vacías y aterradoras, esa negrura parecía consumir su alma, como si cada vez que lo mirase pudiese adueñarse de todo su ser. Él le dedicó una mirada hastiada.

—¿Por qué tomaste la decisión por mí? Dije que no quería más problemas.

—También te dije que hagas lo que hagas, las habladurias hacia tu persona nunca dejaran de apagarse. ¿Qué tiene de malo dormir en casa de una mujer? ¿Acaso no puede existir la amistad entre sexos opuestos? No me hagas darte una lección verbal.

—¡No he dicho nada de eso!

—¿Y qué quieres decir, sino? Eres tú el que siente miedo de dormir en casa ajena, sobre todo de una señorita. No es difícil saber qué el hecho de estar en un hogar con una fémina te ocasiona remordimientos por Ivy, como si te sintieras culpable de que la mujer que se encuentra dentro no fuese ella. No seas estúpido y afronta de una maldita vez tus miedos.

—¿Por qué tanta insistencia en eso, Shaddy? Sabes que me he vuelto débil.

—Nunca fuiste débil, Vincent.

Ambos se miraron mutuamente. Vincent no supo qué contestar a eso, pues no se recordaba tanto como para saber que en el pasado fue un hombre fuerte. La vulnerabilidad que manejaba en su día a día le hacia creerse que era un hombre de lo más debilucho.

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La pequeña Baby Doe estaba jugando con el baúl de sus recuerdos cuando vio acercarse a un par de niños a los que consideraba sus amigos. La niña mostró una sonrisa. Sin embargo, los otros esbozaron una linea en sus labios algo maquiavélica.
Los infantes solían tener como vestimenta unos uniformes de estampados a rayas rojas y negras, muy parecido al de los presos, pero sustituyendo el blanco por el carmesí. La pequeña Baby Doe poseía un vestido por debajo de sus rodillas con el mismo estampado, donde indicaba su nombre y el número de paciente —La paciente 2302—. Su cabello castaño estaba cortado a una media melena, sus ojos avellanas decoraban muy bien con sus dulces facciones y la cara ovalada. Poseía unos ojos tan expresivos que en ocasiones a los del personal solían intimidarles. De hecho, sonreía con regularidad, a pesar del funesto lugar en el que se encontraba.

—¿Por qué siempre estás con ese baúl tan feo? —indagó uno de los infantes.

Ella hizo una mueca de desagrado. Su baúl no era feo, pues algo que le tenía tanto aprecio y cariño no podía tacharlo de horrible, aunque éste no poseyera la absoluta belleza. Para sus ojos era hermoso y no necesitaba la opinión del resto.
Miró a sus compañeros sin entender la razón de su pregunta.

Shaddy ©Where stories live. Discover now