Ático

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“Recuérdame.

Hoy me tengo que ir mi amor, Recuérdame

No llores por favor 

Te llevo en mi corazón y cerca me tendrás…”

Esa era la canción más popular de su ídolo, Ernesto de la Cruz. A él le encantaba pero siempre había sentido la necesidad de cantarla un poquito diferente.

Quizá era porque él quería darle su propio sello, algo que lo hiciera distinguirse de los demás. O tal vez fuera porque él también quería componer sus propias melodías.

Esa idea le dibujó una enorme sonrisa en los labios y comenzó a tocar con más ahínco hasta que escuchó un ruido en la madera y volvió la vista al lugar de donde había provenido el sonido, sólo para encontrar a Dante atorado al querer entrar.

Lo apresuró y el Xoloitzcuintle pronto se encontraba lamiéndole todo el rostro con su peculiar lengua.

Pasada la emoción del saludo del día, Miguel tomó de nuevo su guitarra y comenzó a rasgar las cuerdas suavemente.

A pesar de que “Recuérdame” era más alegre cuando Ernesto la interpretaba, la letra se le hacía especialmente nostálgica a Miguel que siempre comenzaba a tocarla con ritmos más suaves antes de llegar a su alegría característica.

A media canción Dante se acercó a lamerle el rostro de nueva cuenta haciendo que se fuera de espaldas sobre el suelo de madera.

Entre risas, baba y abrazos logró quitárselo de encima. Dejó la guitarra y acomodó unas cuántas cosas antes de salir de su escondite para jugar con Dante en la calle un rato antes de que su abuela, Mamá Elena, lo llamara a comer.

—¡Vamos amigo! Una carrera hacia el portón.

Dante se adelantó ganando y Miguel le dio una galleta que guardaba en su pantalón desde el desayuno, precisamente para cuando saliera a jugar con su mejor amigo.

Un Poco LocoWhere stories live. Discover now