El niño que me da la mano

24 1 0
                                    

Ha sido un día extraño, tras recoger la ropa por la mañana me resbalé con el último escalón de la escalera de casa. Luego a la hora del almuerzo me clavé una pequeña espina de pescado (siempre he tenido miedo a clavarme una espina, pero no fue para tanto).

Por último, me tropecé con el marco de la puerta del salón y me hice muchísimo daño en el dedo meñique del pie derecho. Mi madre dice que es porque siempre voy descalza en casa, pero ¿por qué todo me tiene que pasar hoy? Le pregunté a mi madre acerca de la habitación del conserje que vi en la azotea, pero tengo la sensación de que no ha querido responder y ha cambiado de tema. Así que pensé que hoy, a las 16.00 de la tarde, siendo día de huelga estudiantil, lo mejor que hacía era celebrarlo con una buena siesta para quitarme de encima la mala pata que estaba teniendo desde por la mañana.

Y fue muy extraño, porque no conseguía quitarme de la cabeza las partículas de polvo paralizadas en el haz de luz que entraba dentro de la casita del conserje. Juraría que las partículas de polvo estaban paralizadas. Traté de recrear la escena en casa, abriendo levemente la ventana y moviendo a un lado cortina, pero a las 16.00 la luz es demasiado fuerte como para poder ver el polvo que hay en el ambiente.

Lo curioso del todo es que tuve un sueño horrible, bueno no podría decir que fue malo porque en cierta manera me resulto reconfortante. Como cuando ves a un ser querido, como cuando abrazas a tu abuela, sentí la misma validez en mis brazos cuando ese niño me dio la mano. No suelo soñar cuando duermo la siesta, pero esta vez creo que caí en un sueño profundo al poco de cerrar los ojos.

Volvía a estar en esa especie de patio interior, debía ser verano pues apenas podía respirar por el sopor del ambiente, la humedad caída de arriba abajo a través de la ropa tendida. La humedad era tal que en el sueño veía como si una cascada de bruma descendiente lentamente por la ropa hasta el suelo dejando en el suelo un manto espeso y con soporífero olor a lavanda.

Escuchaba la voz de un niño, era una voz conocida, era una presencia conocida amiga. Parece que estaba hablando con un adulto mientras yo seguía sentada sobre mis rodillas en el húmedo terrazo del patio. Escucho pasos tras de mí, el avance de un humano de piernas cortas, de pronto sentí una pequeña mano mullida en mi hombro, un niño, el mismo niño que el en sueño anterior. 

Un niño de unos 6 años de edad, pelo oscuro y de brillantes rizos le caen despeinando su cabeza, dos negros ojos abiertos como un libro de secretos. Unas larguísimas pestañas y unos sonrojados mofletes confirmaban la inocencia de su juventud. Sin embargo, la forma en que me puso la mano en el hombro era de hermano mayor. Me miró como un padre, a los ojos en una pausa y me dijo: ¿Estás bien?, Supongo que sí porque estás muy muy cerca. Y me sonrió. 

De pronto volvió a su juego infantil de poner coches de juguete en línea y empujarlos todos juntos por un extremo. En mi sueño yo amaba a este niño pequeño, me parecía lógica su pregunta y su afirmación. En mi sueño ese niño era algo mío. Pero mi sensación ahora al despertarme es que no solo es en él sueño.

Al despertar le recuerdo, cierro los ojos y le veo y quiero volver a verle para preguntarle quién es. Pero claro, es solo un sueño, aunque añore su presencia como si de un recuerdo se tratase.

Bajo a la calle a dar un paseo y a buscar una excusa para entrar en la papelería y comprarme algo para tener alguna ilusión de volver a clase mañana. El ascensor vuelve a estar estropeado, y escucho un ruido fuerte de arriba, cómo un portazo. ¡En la azotea! Subo corriendo las escaleras y... ¡no! La puerta del cuarto del conserje está abierta. ¡Antonio! ¿Está usted ahí? ¿Antonio?

La puerta está abierta, y las partículas inmóviles... Habrá sido una violenta ráfaga de viento, pero algo me atrae al interior. Algo me lleva a meter mis dedos entre las partículas de polvo suspendidas, sobre ese micro-universo de luz flotante. Pero... La luz no entra como en mi habitación, está luz es como... Es luz de amanecer y son las 18.00.

La habitación parece del siglo pasado, dos muebles de contrachapado con las puertas y cajones abiertos y vacíos. Parece que alguien hubiese abierto todo corriendo buscando algo y se lo hubiese llevado todo. Unas cortinas raídas, el de madera cruje y los azulejos de la habitación están oscuros, cómo si se hubiese incendiado la casa, aunque el mueble no parece haberse quemado.
Un espejo oscuro y muy fino está colgado en la pared, me miró en el reflejo y me veo a mi misma. Tras de mi la puerta abierta que da a la azotea, ante mi estoy yo mi rostro está rígido, y... ¡Nuevo los labios y el espejo no me obedece! ¿qué es...? Mi cara rígida de pronto sonríe y aparece el detrás, el niño. Es él juraría que es el, algo más mayor, esos ojos. Es el en el espejo. Mi cara de pánico no se refleja en el espejo, mi cara de pánico ahora está paralizada también, como las partículas de polvo.

En la AzoteaWhere stories live. Discover now