Will caviló mientras miraba a Hardy de los pies a la cabeza, pensando que nombre podría venirle bien a esa sirena impredecible. La respuesta no tardó en llegar cuando encontró sus ojos, de ese color tan peculiar y recordando el día que sus caminos se cruzaron, decidió que era perfecto.

—Es un gusto poder entregarte tu nombre, Hardy Storm.  

Huracán la observó una vez más, tratando de hacerle sentir sin palabras lo que había en su corazón. Sabía que la sirena era receptiva a las sensaciones de otros, y aunque no podía sentir las suyas quería que al menos una parte de ella viera sus emociones en sus ojos. No podía decir que compadecía la ausencia de amor en su naturaleza, había aprendido demasiado de ella como pasa saber que a su manera, y de una forma poco humana pero totalmente sincera, eran amigos.

Y la noción de eso tendría que bastar por lo que le restaba de vida.

Hardy siguió sonriendo mientras el aire marino le revolvía el cabello. Puso sus dos puños en la cintura y se giró para mirar a Will a la cara.

— ¿Crees que Fulvio y los tuyos estarán de acuerdo?

Thorn rió esta vez con una mezcla de melancolía y gracia que le brotó desde el estómago como un rugido que se quedó a la mitad de su garganta.

— Fulvio no querría ser capitán por nada del mundo. Detesta ser el centro de atención. Y además le agradas. Y la tripulación, bueno, el miedo es algo poderoso. Pero puedes intentar trabajar con eso y no embrujarlos. Sería un buen punto de partida.  

Hardy asintió satisfecha con la respuesta. Los minutos pasaron y el sol se movió hacia el horizonte un poco más, ambos reticentes a la separación que tenían por delante. Una idea se formó en la mente de Will, quién con un aplauso de sus manos llamó la atención de la sirena.

—Tengo una idea.

—Escupe.

—Veámonos aquí. Cada primer día de primavera. Y hablemos. Te contaré como va mi vida y tú me contaras cuantos barcos atracaste durante el año.

Hardy lo pensó durante un momento. No le gustaba la idea de simplemente separarse de Huracán. Era su amigo, su extraño compañero de aventuras. Y a sabiendas que no había más que ofrecer, aceptó con un simple:

—Como quieras William.

Los días que siguieron a esa conversación pasaron demasiado rápido para el gusto de los dos, entre preparaciones para la partida de Thorn y arreglos para que Hardy se instalara como la nueva capitana del Dragón Rojo. Y con más premura de la ambos hubieran deseado, llegó el momento de despedirse. Se separaron en la costa de Hecanto, Hardy poco animada ante las tareas titánicas que sabía tenía por delante y sintiendo, sin decir en voz alta, una calidez que se expandía en su pecho hasta llegar a la punta de sus dedos, que parecían romperse a pedazos mientras dejaba a Huracán en la bahía para izar las velas de su nuevo hogar. No le costó reconocer el anhelo en ese frío. Sólo se preguntaba si realmente era ella quien lo estaba sintiendo.

Hardy y el Dragón rojo emprendieron rumbo sin mirar atrás, ya tendrían el próximo año para verse. Huracán la contempló desaparecer en el horizonte antes de borrar la sonrisa melancólica de su cara y componer el ceño fruncido que tanto le gustaba mostrar, mientras jugaba con el trozo de roca que Hardy le regaló entre sus dedos, metiéndolo entre los pliegues de su capa para no perderlo jamás.

Era hora de volver a casa. El tiempo pasaría rápido, de eso estaba seguro.

Después de largos meses de lucha por recuperar el tronó, Huracán podía al fin recorrer libre su antiguo hogar, aunque tenía la vaga sensación de que aquel nunca sería su único lugar en el mundo, pues el mar llevaría para siempre una parte de él. Con el conocimiento de que llegado el día, Hardy y el volverían a encontrarse, llamó a su hada madrina, Rania, para encargarle la tarea de convertir la roca en un anillo, y que de esa forma fuera su brújula para encontrar el camino a casa, cuando el invierno y la noche se cernieran en sus cabezas. Su hada transformó la roca de aguamarina tal y como William pidió, y sabiendo que alguna de las dos almas vendría a recuperarlo, pregunto a William:

— ¿Cómo podría reconocerlos cuando llegue el momento?

—Ya me conoces Rania. Este carácter no se va a ir a ninguna parte. Y a Hardy, pues recuerda que es un espíritu del mar. El agua se abre paso donde otros solo encontrarían muros.

Los días pasaron para ambos, algunos lentos, otros más rápidos, pero los últimos días del invierno eran los peores. Hasta que llegaba el temido pero ansiado primer día de la primavera. Con el paso de los años Hardy atracó muchos barcos y arruinó unas cuantas bodas, y aunque le habría encantado arruinar la de William, por razones que no valía la pena entender, disfrutaba de igual forma las conversaciones que duraban desde que daba la medianoche hasta que volvía a anochecer, donde la figura de Huracán siempre desaparecía entre las sombras.

De vez en cuando William llevaba a sus hijos, quienes disfrutaban las payasadas de Hardy, aunque ella no estuviera de acuerdo con que jalar su cola fuera un deporte aprobado.

A veces Hardy miraba sus manos cerca de las de Huracán, y se preguntaba cómo era posible que su piel siguiera como el día que se conocieron, cuando William comenzaba a mostrar el mapa de su vida en cada línea de sus palmas. Pero Huracán veía en sus ojos los años que Hardy era incapaz de ver en sí misma, regalándose a sí mismo la idea de que aún quedaba en él algo de ese joven pirata aventurero capaz de ver un poco más allá.

40 años pasaron cuando Hardy tomó entre sus manos el cuerpo marchito del que fuera príncipe de Rampagne, quien después de años deseando volver a casa, había decidido que al final el mar era un buen lugar para descansar. Lo llevó hasta el corazón del mar, donde para su sorpresa el cuerpo de su amigo se convirtió en una suave espuma, que jugueteó alrededor de ella para luego desaparecer entre las olas. Estupefacta, volvió a la orilla cavilando sobre lo que acababa de ocurrir y se preguntó qué haría cada primer día de primavera, ahora que Huracán ya no estaba.

Así que cada año ella volvía a la orilla en el mismo día que acordaran con Will y miraba la costa desde su barco, pasándose los dedos por el cabello, contemplando en silencio.

La llamaban Hardy Storm, reina de los piratas. Y se contaban historias extrañas acerca de su aparición una vez al año, siempre en el mismo día, siempre en el mismo lugar.

Demasiados años habían pasado ya para que ellos recordara quien había sido ella en realidad, o quien había sido Huracán.

Aquello ya no era más que una leyenda sobre una poderosa sirena que esperaba siempre la llegada de un enigmático capitán.

Lo que ellos no sabían es que ella no esperaba el día en que el regresara, sino que añoraba con ansias el día en que sería libre de sus aletas y se encontraría una vez más con el hombre que fue su amigo, y que en algún lugar del universo aguardaba a la espera del momento en que ella estuviera preparada para partir a una nueva aventura.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora