37. Sacrificio familiar

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Los sollozos de mi amiga inundaron la estancia y con cada segundo se volvía más y más brusca con sus movimientos. Andrew y Daymon se abalanzaron sobre ella y le sostuvieron tanto brazos como piernas, respectivamente, mientras Sara, de la nada, extendía su mano derecha sobre el rostro de Cailye.

De su mano extendida un brillo violeta se hizo presente, cubriendo la cara de Cailye en un santiamén. La rubia dejó de moverse de golpe, y relajó su cuerpo a tal grado que se volvió a acomodar en el sofá sin problemas, como una hoja cayendo del árbol.

Miré a Sara con los ojos abiertos, y ella a su vez permanecía con los ojos clavados sobre Cailye y el ceño ligeramente fruncido.

—¿Qué...?

—Solo la dormí —me interrumpió—. No durará mucho, solo suficiente para que puedan curarla.

El movimiento de Evan atrajo mi atención, obligándome a desviar la mirada de Sara. Vi a Daymon y Andrew organizando a Cailye para que Evan le pusiera la crema de artemisas, y éste lo hizo mediante suaves deslices sobre el área afectada. Le agregó toda la crema y después envolvió su dorso con una venda que Tamara le dio. Se concentró, puso sus dedos sobre la venda y su energía divina fluyó hacia Cailye en medio de suaves tonos plateados, como polvo de plata.

—¿Funcionará? —inquirí.

—Eso espero —contestó Evan, dejando salir un suspiro—. Había escuchado de las artemisas, pero no estoy seguro de qué tanto funcione en ella. Tendremos que esperar para ver cómo reacciona. No tenemos nada mejor.

Respiré, pues desde que llegamos había estado conteniendo el aire, y me recosté en una pared aledaña al sofá. Mi cuerpo me pesaba, producto del cansancio tanto físico como mental, y me resultaba difícil concentrarme.

—Tamara, antes mencionaste algo sobre una leyenda, ¿qué era? —indagó Evan al tiempo que se levantaba. Andrew se arrodilló junto a Cailye y la examinó mientras Evan continuaba, supliendo su rol de médico. Noté que usaba su magia curativa sobre su hermana, buscando que de alguna forma le ayudara—. Lo que sabes nos vendría bien.

La mujer posó sus ojos en Evan, pues estaba distraída observando a Cailye dormir, e intentó sonreír.

—La leyenda de los Dioses Guardianes, todo el mundo la conoce, pero algunos creen en su veracidad más que otros —explicó—. Los héroes de Grecia, un grupo de dioses que velan por la seguridad de los humanos sin esperar nada a cambio, era lo que nuestros padres y los padres de nuestros padres nos contaron por generaciones. «Cuando los necesitemos ellos aparecerán», era lo que mi madre me decía, y por eso siempre creí en ustedes.

—¿De donde lo oyeron? —prosiguió Evan.

La mujer negó con la cabeza.

—El mito se repitió muchas veces, y en algunas culturas cambiaron varias cosas. No sabría cuál fue su origen —continuó ella—. Pero todo el mundo, de una u otra forma, así sea por cuentos o canciones, ha oído hablar de ustedes. Representan esperanza, salvación, paz, es todo lo que sé. Ustedes son equilibrio. Mi aldea siempre ha creído en ustedes, incluso en los peores momentos.

—¿Han tenido algún tipo de guía? —quiso saber Sara—. Creer en una leyenda por generaciones, por cientos de años sin nada que lo sustente suena complicado.

Los dioses habían desaparecido, un día estaban con los humanos y al siguiente no quedaba ninguno. Creer en algo así, a través del tiempo, sin nada concreto... Ni siquiera estaban seguros de que volveríamos, ellos simplemente creían en nuestra existencia sin ninguna prueba más allá de viejas leyendas.

La mujer sonrió, una sonrisa por completo sincera, cargada de una calidez que por apenas un segundo me hizo sentir que todo valía la pena. Mi corazón se estrujó, la forma en la que nos miró...

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora