37. Sacrificio familiar

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Daymon y Sara se acercaron a Cailye, para revisar su condición, pero ella seguía con los ojos cerrados, inconsciente. Se movía, pero no era a voluntad, era producto del mismo icor en su sistema que creaba reacciones de reflejo para soportar el líquido invasor en su cuerpo.

—Puedo ayudarlos, en mi casa hay algo que la curará. Y además creo que tienen que descansar.

La mujer intentó sonreír, pero le salió una risita nerviosa y una mueca.

Era una oferta tentadora. Necesitábamos un lugar para reponernos, curar nuestras heridas y en especial a Cailye, y para pensar en lo que haríamos. Observé a mis amigos, unos atentos a la conversación entre la extraña y yo, y otros intentando atrasar el avance del veneno en la rubia. Kirok, por otro lado, permanecía varios metros lejos de nosotros, perdido en sus pensamientos y una expresión lúgubre en su rostro.

Resolvería lo que pudiera resolver en ese momento, me preocuparía por todo lo demás luego.

—¿Por dónde? —accedí.

—Por aquí. —La extraña se dio vuelta para guiarnos a través de los árboles, hasta que recordó algo que omitía y nos miró una vez más—. Por cierto, soy Tamara, es un honor conocerlos.

~°~

Pasaron quizá cinco o diez minutos hasta que nos topamos de frente con una casa de un solo piso en medio de toda la niebla. La precedía un extenso jardín con únicamente plantas de pequeñas flores amarillas plantadas de forma decorativa en todo el espacio. La mujer tomó varias de sus hojas mientras lo atravesábamos, y luego se adelantó para abrir la puerta.

La casa de Tamara era grande, acogedora y perfecta para descansar. Las ventanas estaban selladas con tablas y clavos, debido a ello la luz que lograba entrar al lugar era muy poca y más aun considerando el nulo sol en el exterior; cosa que también aislaba algunos sonidos de afuera.

Me quedé de pie en la puerta de la sala mientras Tamara guiaba a Andrew hasta el sofá para recostar a Cailye. Mi amiga gimió de nuevo, y apretó los dientes con fuerza para controlar el dolor. El icor seguía tomando lugar en su cuerpo, expandiéndose como una mancha cada vez más negra.

Evan se le acercó y empezó a revisar la herida a lo que Andrew se enderezaba, luego se quedó de pie a su lado junto con Sara. Noté por el rodillo del ojo a Daymon en una de las sillas, cerca de Logan; y a Kirok bajo el marco de la puerta principal, buscando con los ojos a At de forma disimulada, casi como si estar cerca de la puerta le diera una salida de emergencia.

La mano de Cailye apretó la de Evan de forma involuntaria, fue un simple reflejo, que el chico de ojos azules correspondió. Arqueó su cuerpo, como si estuviera poseída, y soltó un grito adolorido que confirmaba su sufrimiento. Me acerqué a ella de un solo salto y me quedé a centímetros de su cuerpo, al lado de Andrew, lista para lo que ocurriera.

Tamara corrió hacia otra habitación más allá de la sala, al tiempo que entre Sara y Andrew intentábamos evitar el movimiento de la rubia. A los pocos minutos la dueña de la casa volvió con una taza en las manos llena de una crema verdosa; nos la ofreció, apresurada y con torpeza.

—Son artemisas, las plantas del jardín, tienen propiedades curativas —informó—. No sé qué tanto les puedan servir, pero es lo que puedo hacer.

Evan recibió la taza, pero justo cuando se la iba a agregar a la herida de Cailye, ella volvió a gritar. Se retorció sobre el sofá, provocando que Tamara retrocediera unos pasos por reflejo, y encorvó la espalda para tratar de lidiar con el dolor. La mancha negra que cubría casi la totalidad de su abdomen se encendió en el centro de rojo, como lava, e incluso creí verla palpitar, como un parasito extraterrestre drenándole la vida.

Kamika: Dioses GuardianesWhere stories live. Discover now