36. Sacrificio Familiar

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—¿Quién es usted, y qué hace aquí? No es un lugar seguro —Bajé la espada, puesto que la mujer no representaba ningún peligro, pero aun así mi pecho subía y bajaba sin secuencia.

Soltó aire, y luego de barrernos con la mirada clavó sus ojos en mí.

—Ustedes son los Dioses Guardianes, ¿verdad? —quiso confirmar.

Recordé las palabras de At hacía varios minutos, sobre la fe de los humanos hacia nosotros y que así obteníamos nuestro poder; si estuviera cerca me lo repetiría, pero la lechuza decidió alejarse de nosotros debido a la presencia de Kirok. No se encontraba lejos, podía sentirlo, pero tampoco la alcanzaba a ver entre el poco banco de niebla que quedaba.

—Así es —respondí, y a la mujer se le curvaron las comisuras de sus labios hacia arriba.

De nuevo sentí esa punzada en mi pecho, que indicaba la reacción de la Luz de la Esperanza, como un tambor sordo de firme percusión. Se debía a la mujer frente a mí, su esperanza era tan viva que repercutía dentro de mí en tan poco tiempo en mi presencia. Era casi abrumador la efervescencia de su fe.

—Ailyn —advirtió Sara a mi lado, mirándome como si me hubiera vuelto loca, y luego murmuró cerca de mí—: No puedes decirle quienes somos.

La miré por el rodillo del ojo, y traté de sonreír para acompañar mi próximo comentario, pero no pude.

—Sara, si ella no cree en nosotros, si no le damos esperanza, ¿qué lo hará? Estamos aquí por ellos; se merecen saber que su fe está bien fundada, que todo estará bien.

Mi amiga se quedó callada, observándome con fijeza como si procesara mis palabras, mientras me dirigía de nuevo a la mujer.

—¿Quién eres? —presioné.

—La leyenda es cierta —musitó, con los ojos brillantes, pero un sonido a nuestras espaldas captó la atención de todos en el lugar.

Escuché el gemido de Cailye a mi espalda, más fuerte que antes. Me volví hacia ella, aterrada, y la vi estremecerse en los brazos de su hermano, quien solo apretaba los dientes con los ojos ocultos en la sombra de su cabello. Movió los brazos, y sacudió la cabeza, mientras el icor se expandía por su tórax. El dolor debía ser insoportable, como un parasito carcomiendo tu carne viva, y no teníamos nada que la ayudara.

Daymon y Sara se acercaron a Cailye, para revisar su condición, pero ella seguía con los ojos cerrados, inconsciente. Se movía, pero no era a voluntad, era producto del mismo icor en su sistema que creaba reacciones de reflejo para soportar el líquido invasor en su cuerpo.

—Puedo ayudarlos, en mi casa hay algo que la curará. Y además creo que tienen que descansar.

La mujer intentó sonreír, pero le salió una risita nerviosa y una mueca.

Era una oferta tentadora. Necesitábamos un lugar para reponernos, curar nuestra heridas y en especial a Cailye, y para pensar en lo que haríamos. Observé a mis amigos, unos atentos a la conversación entre la extraña y yo, y otros intentando atrasar el avance del veneno en la rubia. Kirok, por otro lado, permanecía varios metros lejos de nosotros, perdido en sus pensamientos y una expresión lúgubre en su rostro.

—¿Por dónde? —accedí.

—Por aquí —La extraña se dio vuelta para guiarnos a través de los árboles, hasta que recordó algo que omitía y nos miró una vez más—. Por cierto, soy Tamara, es un honor conocerlos. 

 

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Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora