33. Miedo a Olvidarte

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—Ailyn —Escuché que una voz familiar me llamaba—. Ailyn, por todos los cielos, despierta ya.

Abrí los ojos de golpe, y tardé un momento en reconocer el lugar donde me encontraba: era la cafetería de la preparatoria. Me fijé el techo por un momento, desconcertaba, y luego a mis dos mejores amigas que me observaban con preocupación e impaciencia.

Me sentía mareada, aturdida, confundida, como si hubiera vivido toda una vida en esos segundos. No tenía noción del tiempo, y sinceramente tampoco mucha del espacio. Quizá era por el dolor que devoraba mi cabeza, o por el cansancio en mis músculos.

—Creímos que habías muerto —comentó Melanie Morgan, ocultando una pequeña risa juguetona.

—Eso no es cierto —replicó Sara Morgan, mirado de reojo a su prima mientras le daba un pequeño empujón, luego volvió su atención a mí—. Pero ya enserio, nos preocupaste.

—¿Qué pasó? —quise saber.

Intenté levantarme del suelo por mi propia cuenta, pero Mel tuvo que ayudarme a ponerme de pie debido a mi constante mareo. Todo me daba vueltas, y era apenas consiente de que hasta hacía algunos segundos me encontraba en el piso.

Ya de pie me dediqué a observar a mis dos amigas, a la espera de una explicación, porque yo no recordaba nada de lo que hice momentos antes de despertar en el suelo de la cafetería.

—¿No lo recuerdas? —inquirió Melanie—. Vaya golpe te has dado, mujer. Te resbalaste con el refresco que algún idiota dejó caer, y te golpeaste la cabeza. Fue toda una conmoción en cuanto notamos que habías caído; por suerte no llevabas nada en las manos.

Melanie empezó a reír al recordar mi, de seguro, momento vergonzoso a plena vista de todos los estudiantes a mitad de la hora del almuerzo.

—Por suerte no fue nada grave —corrigió Sara, con una sonrisa en su rostro al ver a Mel burlarse de mí.

—Y por supuesto no íbamos a dejar que cualquier mocoso te llevara a la enfermería, Ian se podría poner celoso —Mel me guiñó un ojo con complicidad—, por lo que te dejamos en el suelo unos minutos. Aunque el muy despistado no ha aparecido desde que lo mandamos a llamar.

Se puso en jarra con indignación, como si aquello fuera un insulto de los peores.

—¿Ian? —pregunté, con la mente borrosa— ¿Quién es él?

Me llevé las manos a la nuca inconscientemente, como si buscara algo que debería estar ahí, como una cicatriz, pero ¿qué? ¿Qué buscaba? ¿Qué se suponía que estaba ahí? No tenía claridad en mi cabeza, era obvio, estaba demasiado desconcertada para hacer algo coherente.

Mis amigas intercambiaron una mirada de confusión, y me volvieron a mirar como si de un bicho raro se tratara.

—Por lo visto el golpe te afectó más de lo que pensábamos —puntualizó Sara.

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora