4. Cara a Cara

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Seguí pasando las resplandecientes páginas del libro sin nombre, contemplando las imágenes de su contenido.

Había una imagen de todos los Dioses Guardianes: «Atenea, Apolo, Afrodita, Ares, Poseidón, Artemis y Hermes»; todos vestían unos hermosos trajes blancos, largos, y con accesorios plateados tanto en brazos como en sus descalzos pies.

No solo mencionaba los datos más importantes de los dioses, también de lo que hacían y su mundo. Aunque claro, la mayor parte de las cosas no las entendía. Incluso había una parte que describía un instructivo, que me pareció de batalla, pero no le presté mucha atención. Era un libro muy completo, tanto que me generó más preguntas de las que ya tenía.

—Sara, ¿qué pasó con el Olimpo cuando los dioses se fueron? —Levanté la vista para ver a Sara, cuya expresión era de lastima y tristeza al escuchar mi pregunta.

—Quedó abandonado. Los humanos ya no suben a realizar sus plegarias, y lo que alguna vez fue el hogar de los doce dioses olímpicos, ahora solo es un viejo castillo sin vida. Aunque actualmente es el portal entre los mundos, tanto hacia el Inframundo como hacia la tierra natal de los dioses.

—Eso significa que es...

—Es el sello de Hades, sí —concluyó a mi suposición.

Giré la vista de nuevo y me concentré en el libro. Seguí leyendo el poco texto que contenía, pero aunque ya estaba asimilando toda esa locura, me sentía en clase de historia. Imagen tras imagen, párrafo tras párrafo... todo lo que decía era las cosas fantásticas e increíbles que hicieron. Servían a la humanidad, los protegían, eso fue lo que el libro me mostró.

Sin embargo, decía muy poco sobre Atenea, la mayor parte se dedicó a alagar a Afrodita, como si el libro fuera diseñado para ella.

Todo eso me seguía resultando extraño, aunque ya hubieran pasado un par de horas desde que habíamos llegado a casa de Sara. No me sentía diferente, o más mágica, o quién sabe qué cosa más, seguía siendo yo: una adolecente común y corriente.

No podía negar que todo sonaba fantástico y maravilloso, un mundo lleno de magia como en las películas donde cualquier persona desearía estar; pero aun así era demasiado irreal.

—Lo siento —dijo Sara de un momento a otro, en tono de decepción.

—¿Sientes qué?

Esperaba que dijera que ocultarme la verdad, pero en lugar de eso hizo todo lo contrario:

—Siento haberte dicho la verdad

—¿Qué? —pregunté, incrédula.

Era el colmo, a ella no le afectaba haberme mentido, de lo que se lamentaba era de haberme dicho la verdad.

—Siempre quise protegerte, alejarte de este mundo. Pero ahora lo sabes, y no puedo cambiarlo.

—¿Eso quiere decir que preferías que nunca lo supiera, que nunca me enterara de lo que supuestamente soy? Me mentiste, y eso no es lo que te molesta.

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora