15. En Busca del Dios de la Fuerza

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Nueva York, Nueva York. No podía pensar en otra cosa diferente a eso: Nueva York, y cómo dejar de hacerlo si ahí estaba Ares. Me sentía ansiosa, entusiasmada, y con miedo. Mi mente no alcanzaba a imaginar cómo sería el dios de la fuerza y de la guerra, por mucho que tratara la imagen era borrosa en mi cabeza.

A pesar del dolor, todavía presente en mi cuerpo, me incorporé del sofá donde durante cuatro horas permanecí acostada. La prueba había terminado antes del mediodía, y desde entonces mi cuerpo había hondeado la bandera blanca de la rendición.

Me dolía el solo pensar en moverme, aunque los efectos de la curaciones se vieran visibles. Evan curó mi brazo, y Astra movió de la forma más dolorosa posible mi pierna para que pudiera caminar con normalidad. Y aun así me dolía hasta en nombre.

—Y bien, ¿cuál es el plan? —Me acerqué a los demás, a unos pasos de mí, tratando de ignorar los moretones de mi cuerpo.

Evan realizó un raro movimiento con las manos, y como resultado obtuvo una proyección cuyo único color azul era lo que hacía que se viera como tal. Era la forma del planeta Tierra, bastante grande a decir verdad; el chico de ojos azules movió de nuevo las manos, y esta vez la visión de la Tierra se redujo a Estados Unidos.

—¿Cómo lo hiciste? —pregunté.

—Así fue como encontré a Sara —confesó Evan. Acercó más el mapa, hasta lo que yo deduje era la vía que conectaba a Pensilvania con Nueva York—. ¿Ven esos puntos de colores? —Había cinco, cada uno de un color diferente—. Esos somos nosotros, y ese —Señaló un punto naranja en algún punto de la gran manzana—, es Ares.

Se veía lejos, y en movimiento, lo que me hizo preguntarme cómo diablos lo íbamos a encontrar.

—La ubicación no es precisa —admitió mi amigo—, es tan solo una aproximación, por lo que el encontrarlo depende de nosotros.

—Así es —apoyó Astra, apartando la vista del mapa—, y para ello nos vamos a dividir. Formaremos parejas, y buscaremos cerca del área donde creamos que está.

Una risita se escapó de mi boca, y cinco pares de ojos se posaron en mí.

—¿Cómo lo haremos? ¿Planeas acercarte a cada persona y preguntarle si es Ares? —inquirí—. No sabemos cómo es, por mucho que conozcamos su posible ubicación, encontrarlo sigue siendo un problema.

—Buen punto —dijo Sara, pensativa—. Pero para ello sirve la marca; solo se activa cuando un Dios Guardián está cerca, y si esa persona siente lo mismo será más fácil reunirnos con él.

—Pero no será hoy —comunicó Andrew, de brazos cruzados—. Yo estoy agotado, y aunque lleguemos a Nueva York antes del atardecer no pondré un pie fuera de mi cama.

¿Andrew cansado? ¡Ja! Era más probable que nevara en verano. Sin embargo, me quedé con la boca cerrada. Tal vez los demás le creían, pero claramente se veía a la perfección. En cambio yo sí estaba hecha polvo.

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora