Capítulo 48...

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Miles de recuerdos dolorosos vienen a mi mente, y un grito ahogado sale de mi garganta.

—Si no quieres hacerlo, no te presionaré—Vuelve a decir.

—Sí, quiero hacerlo, es solo que es muy doloroso—Toma mis manos y la entrelaza con las suyas dándome un suave apretón que me da las fuerzas necesarias para empezar.

Yo conozco toda la historia de sus padres es justo que él también conozco la mía.

—Luego de la muerte de mi padre cuando yo tenia trece años—Empiezo a decir—Luisa cayó en una terrible depresión.

—¿Quién es Luisa?—Pregunta Edward.

—Luisa es la mujer que me trajo al mundo, y dice ser mi madre, aunque la realidad es que ella no merece que yo la llame así—Hago una pausa y tomo un poco de agua de un vaso que hay en mi mesita de noche.—¿Dónde me quede?—Pregunto.

— Donde tu madre...Perdón... Luisa cayó en una terrible depresión.

—Ah sí. En medio de esa depresión ella no quería comer por lo que perdió bastante peso, no se levantaba de la cama, la única vez que lo hizo fue con la intención de apoderarse de una botella de vino que se encontraba en uno de los armario de la cocina. Mi padre siempre guardaba una que otra botella para cuando se presentara una ocasión especial para celebrar, claro que a mí siempre me compraba jugo de uva. Ese día fue la primera vez que vi a Luisa ebria, los días siguientes fue más de lo mismo, teníamos un dinero ahorrado que era para mis estudios universitarios, pero un día llegó una notificación del banco con el estado de la cuenta y en esta no había ni un centavo. Cuando le pregunte a luisa que había pasado con el dinero, solo dijo que ella lo tomo, y no había que ser adivino para saber en qué lo  gasto.

—¿En alcohol?—Pregunta.

—Así es—Respondo limpiando las lágrimas que bajan por mis mejilla—No te puedes imaginar lo que sentí en esos momentos, frustración, dolor, ira, mi padre había trabajado mucho para reunir ese dinero, y ella se lo gasta de un día para otro. Las semanas subsiguientes era más y más de lo mismo, con la diferencia que ya no se quedaba en casa sino  que salía muy de mañana y regresaba tarde de la noche completamente ebria. Pasaron meses en la misma situación, le pedí que buscáramos ayuda, tanto fue mi insistencia que entro a un grupo de alcohólicos anónimos en el cual apenas duro una semana, mientras yo estaba en la escuela creí que ella asistía al grupo de ayuda, sin embargo, la sorpresa me la llevé cuando un día fui a recogerla y me informaron que ella apenas asistió la primera semana, y que nunca más volvió. Así fueron pasando los meses y ella cada día se hundía más y más, yo no sabía qué hacer. Comenzamos a pasar hambre, al menos yo, nos manteníamos con una pequeña pensión que le llegaba a mi padre cada mes, pero también mi madre echo mano de ello para comprar alcohol.

—¿Cuál era la profesión de tu padre?—Me interrumpe Edward.

—Era un militar.

—¿Militar?—La sorpresa es evidente en su rostro.

—Sí, era gran persona, pero debido a una lesión que sufrió en la pierna derecha, pensionaron y al morir esa pensión paso hacer de Luisa y mía.

—Entiendo.

—La situación empeoraba cada día y cuando tenía 14 años ya cumplido tuve que buscar un trabajo de medio tiempo para no morirnos de hambre. En la mañana iría a la escuela y por la tarde trabajaba en un pequeño restaurante que pertenecía a los padres de Clara, fue allí donde la conocí, y desde entonces somos inseparables. Ella fue, es y será mi soporte siempre, ella fue quien le pidió a su padre que me dieran el trabajo, al principio ellos se habían negado porque yo era menor de edad, y podía traerles problemas, sin embargo, ella logró convencerle y a pesar de que ellos no necesitaban más empleado me contrataron. Yo era quién lavaba los utensilios de cocina, el personal me trataba muy bien, me daban de comer, y cuando sobraba algo me lo daban para que me lo llevara a casa.

—Imagino lo doloroso que fue para ti, pero tengo la leve sospecha que aún no me has contado lo peor.

El silencio se hace notorio en la habitación, miles de imágenes pasan por mi mente como una película en cámara lenta, nuevas lágrimas corren por mis mejillas, y el dolor de lo vivido hace quince años me golpea como si todo hubiera ocurrido ayer.

—Así es. Lo peor ocurrió cuando cumplí mis 15 años.

Volver a amar "Segundas Oportunidades 1"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora